Satao era un elefante tan imponente que el personal del parque nacional Tsavo, en Kenia, lo conocía por el nombre propio. Tenía 45 años. Sin embargo, los enormes colmillos --o más propiamente "defensas"-- que lo hicieron famoso han sido su perdición: en una fecha no determinada de finales de mayo, una flecha envenenada le atravesó la piel y, una vez malherido en el suelo, los furtivos le destrozaron la cara para llevarse el marfil. La Tsavo Trust, una oenegé que le seguía los pasos desde hace años, pudo identificarlo gracias a las orejas del animal.

La muerte de Satao es una muestra más de que los esfuerzos para recuperar las poblaciones de elefante en África se tambalean debido a la presencia cada vez mayor de redes criminales, a menudo en colaboración con las guerrillas que operan en diversas regiones del centro y el este del continente, como denuncia la convención CITES, la institución que regula el comercio internacional de flora y fauna silvestres. De hecho, las organizaciones cuentan con materiales de vigilancia de última generación, incluidos helicópteros, y no tienen reparos en envenenar pozos si es necesario para acabar con los proboscídeos, según subraya CITES.

De acuerdo con los datos de la convención, el año pasado fueron abatidos de forma ilegal unos 20.000 ejemplares, una cifra inferior al crecimiento natural de la población, aunque es ligeramente mejor que la de los dos años precedentes, que concluyeron con 25.000 y 22.000 individuos muertos, récords desde 1989. La situación es dramática en África occidental, donde solo quedan el 2% de los elefantes que había en 1900. Entre los países con poblaciones más precarias se cuentan Benín, Guinea, República Centroafricana, Mali, Níger y Nigeria. En Sudán, Senegal y Somalia se dan prácticamente por extintos.

Principales orígenes

Los principales países exportadores, al menos en cantidad de decomisos, son Uganda, Kenia y Tanzania, con un 80% del total. Por ejemplo, en Kenia, según cifras oficiales, se cazaron ilegalmente en el 2013 un centenar de elefantes, aunque diversas asociaciones estiman que pueden ser 10 veces más, insiste CITES.

El marfil de contrabando tiene como destino Tailandia, China, Vietnam, Singapur y otros países de Asia oriental que lo procesan para el mercado local o bien lo redistribuyen por el resto del mundo. Con los colmillos se elaboran mangos de espadas, cuchillos, brazaletes, incrustaciones en muebles y todo tipo de adornos y filigranas. CITES permite la exportación controlada de unos cupos en los países con mayores densidades, como Sudáfrica, Namibia y Botsuana, pero lo cierto es que los objetos que los turistas pueden observar en mercadillos y comercios de joyería asiáticos no suelen contar con la preceptiva acreditación.

Pese a las malas noticias, CITES destaca en un informe que en el 2013 se batió el récord de marfil decomisado en el mundo, con más de 16.000 toneladas. El informe subraya también que por primera vez en la historia reciente hubo más grandes decomisos en los países africanos que exportan el marfil que en los países asiáticos que lo compran, un síntoma de la presión policial. En cualquier caso, y pese a la magnitud de los alijos, CITES concluye que no dejan de ser una pequeña fracción del tráfico ilegal si se tiene en cuenta que, según las estimaciones, las aduanas solo detectan el 10% del marfil que intenta atravesar las fronteras.

"La noticia de la muerte de Satao supone un día triste para Kenia. Son noticias devastadoras para los elefantes y para quienes cuidan de ellos. No hicimos lo suficiente para salvarle", hizo saber el Fondo de Protección Tsavo.