Para entender por qué Enrique Estévez ha denunciado a un hospital de Pamplona es necesario sumergirse en la historia de su familia, que se hizo Testigo de Jehová a finales de la década de los 70. Una decisión que continuamente ha impuesto los límites del mundo que ellos tenían permiso para conocer y que, cuando su madre Rafaela enfermó, también vetó los cuidados médicos que la mantenían con vida.

Rafaela Bueno (Córdoba, 1951) dejó el colegio a los 8 años para trabajar en el campo. Emigró a Cataluña, donde alternó el oficio de costurera con el de ama de casa. Se casó y tuvo tres hijos. A los 24 años comenzó a frecuentar la Congregación Oeste de los Testigos en Tarrasa. «Era una mujer humilde, muy divertida y que nos quería con locura», recuerda Enrique. «Ella no era una fanática. Iba los fines de semana a la congregación porque quería ver a sus amigas y porque le gustaba escuchar cómo hablaban de Dios».

«Lo que voy a hacer ahora no lo hago por dinero. Y tengo pocas esperanzas de que sirva de algo. Sé que no me va a compensar. Pero es de justicia. Porque mi madre, por enferma que estuviera, tenía derecho a decidir qué quería hacer con su vida. Y los Testigos de Jehová le arrebataron ese derecho», explica Enrique.

Rafaela falleció el 9 de noviembre del 2014, después de que se «interrumpieran las transfusiones de sangre» y se «apagara la máquina de diálisis». El problema es que cuando se tomó esa decisión, a las 13.00 horas del 7 de noviembre, Rafaela estaba sedada y nadie avisó a su hijo, que cuando regresó al hospital descubrió que su madre había muerto y que su cuerpo, además, ya había sido incinerado. «Mi hermana y su marido habían revelado en la congregación que mi madre estaba recibiendo sangre. Al contarlo, impidieron que eso se hubiera quedado dentro de la familia y activaron una maquinaria que ya nadie podía detener».

Con más de ocho millones de seguidores, las sucursales de los Testigos de Jehová existentes en países de todo el mundo obedecen escrupulosamente las órdenes que llegan desde la WatchTower de Nueva York. El portavoz de la sede nacional española, Aníbal Matos, explica que para cualquier miembro «la sangre es la vida» y recibir una transfusión de otra persona implicaría apartarse de los designios de Jehová (Dios) porque así lo dice la Biblia: «Levítico 17:11. Porque el alma de la carne está en la sangre, y yo mismo la he puesto sobre el altar para ustedes para hacer expiación por sus almas» y «Hechos 15:20. Dios ha ordenado a los cristianos ‘que se abstengan [...] de la sangre’, el mismo mandato que le dio a Noé».

Para un testigo recibir una transfusión de sangre es exponerse a ser expulsado.

En 1994 llegó a los tribunales españoles el caso de un menor de 15 años fallecido en Huesca al rechazar sus padres, testigos de Jehová, una transfusión. Los padres fueron absueltos.

Ser expulsado -o desasociado-de los Testigos implica ser condenado a la soledad más estricta. Porque supone que cónyuges, padres, hermanos o hijos han de cortar la relación con el expulsado. Este mecanismo funciona como una fuerza coactiva que provoca que cualquier testigo acate las normas para evitar la expulsión, porque entonces -según sus creencias- ya no resucitará en el paraíso.

El tratamiento de Rafaela se interrumpió el 7 de noviembre a las 13.00 horas. Una hora antes, Enrique había insistido a la doctora que la atendía en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) que las transfusiones debían mantenerse en su ausencia. Sin embargo, su hermana, en compañía de dos ancianos -nombre que reciben los jefes de las congregaciones-, «se personaron en el hospital y presionaron a la médico», que cedió e interrumpió el tratamiento con sangre. «Por eso murió». «Los Testigos no querían matar a mi madre, pero son fanáticos que prefieren morir antes que pecar ante Jehová y que creen que así salvaron su alma», lamenta Enrique.

Enrique, en el 2017, denunció a su hermana por estos hechos en el juzgado de instrucción 1 de Pamplona, que archivó el caso. Sin embargo, el jueves, el abogado Carlos Bardavío Antón ha redactado una nueva querella contra la doctora que interrumpió el tratamiento. Ni el hospital ni los Testigos quisieron valorar la información.