Los cerca de 10.000 conductores de taxis que protestaron por el centro de Madrid cumplieron ayer con lo que se espera de este vehemente colectivo. Petardos, proclamas y cánticos, con algún que otro intento de asaltar el perímetro de seguridad, para, una vez más, dejar claro su rotundo rechazo a los nuevos modelos de negocio que quieren arañar una parte del pastel del transporte. Básicamente, las aplicaciones Uber y Cabify.

El objetivo de esta nueva demostración de fuerza -una de las movilizaciones del taxi más multitudinarias de la historia- era afinar en el destino final de sus demandas. Y quien impone las reglas del juego es el poder legislativo, esto es, el Congreso de los Diputados. Hasta allí acudieron conductores llegados de Cataluña, Andalucía, Asturias, Galicia, Cantabria, Valencia, Francia, Bélgica o Argentina.

Una delegación de Aragón también acudió a la manifestación, aunque la convocatoria de paros de dos horas previstos inicialmente para Zaragoza se había anulado hace días después de que el consejero de Movilidad, José Luis Soro, se comprometiera con el sector a buscar fórmulas legales para denegar la concesión de autorizaciones de VTC (Vehículo turismo con conductor), pendientes de tramitación por el Gobierno de Aragón.

La manifestación partió poco antes del mediodía de Atocha y fue un auténtico festival. Una banda sonora caótica (un auténtico dineral en petardos, por gentileza de los chóferes valencianos) pero con un mismo patrón: el máximo ruido posible porque el derecho a pataleta, sin ser universal, sí es un alivio. El lamento del taxi llegó a oídos del ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, que ayer abogó por incrementar los controles sobre las licencias de alquiler de VTC.

Sus palabras, sin embargo, escondían una cierta trampa burocrática, pues a la vez que prometió mayor fiscalización de estas compañías, también recordó que son las comunidades autónomas las que deben velar por el cumplimiento de una normativa que, a juicio del titular de Fomento, ya es muy restrictiva respecto a los límites de estas licencias.

«HASTA LOS HUEVOS» / Mientras De la Serna cedía muy entre comillas, las pancartas en la fuente de Neptuno pedían «más políticos y menos mamarrachos». Mientras el Gobierno compartía la idea de un mayor control de las VTC, los taxistas, a escasos 300 metros de la Cámara baja, gritaban: «Estamos hasta los huevos».

Todo ese sentir lo resumieron en varias peticiones que expusieron a los grupos parlamentarios que tuvieron a bien recibirles en el Congreso: cumplir la ratio de una VTC por cada 30 taxis (así lo dicta la ley); determinar el origen desde el cual estas licencias pueden operar; modificar su epígrafe fiscal para que tributen al 21%; que trabajen solo en la comunidad que les dé el permiso; que las VTC sean más y mejor identificables, o evitar la especulación de la compraventa de VTC.

Algunas de las entidades más representativas del sector amenazan con paros indefinidos a partir de finales de julio si Rajoy no ha puesto antes en vereda a las empresas que explotan las licencias de alquiler de VTC.

La anécdota la protagonizó el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, que decidió bajar a Neptuno para aplaudir el empuje del taxi. Cuando llevaba escasos segundos, un huevo sobrevoló la manifestación e impactó a su vera. Su camisa quedó perdida. También la parte lateral derecha de su melena. En menor grado, también se vio afectado el diputado de En Comú Podem Xavier Domènech. Se lanzaron otros objetos, pero los incidentes brillaron por su ausencia.