Mientras en España el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, ha salido a decir que comprende los motivos de la huelga feminista del 8-M, y que hasta la Virgen María lo haría, sus pares italianos han mostrado una cara bien diferente de la relación entre Iglesia y mujer.

La denuncia de las monjas de ser «tratadas como esclavas por curas y obispos» traerá cola en la Iglesia católica. Se trata de un «ejército» de 670.000 efectivos, de las que solo una tercera parte vive en Europa. Cocinan y sirven en los seminarios y conventos, en las casas de curas, obispos y cardenales, en hospitales, escuelas y universidades. La mayoría aplastante no recibe ningún sueldo, con frecuencia solo una paga simbólica y a veces ni eso. A cambio, hacen la compra, cocinan, sirven, lavan y planchan. No hay mucha diferencia con lo que sucede en muchas otras partes, sin ser monjas.

«Es un asunto de poder y de dinero y ya vale con ser esclavas». La monja Carmen Sammut, presidenta del Uisg (Unión Internacional de las superioras generales), denuncia la situación y añade que «en el Vaticano no nos consultan nunca» y que «el primero que lo ha hecho ha sido el papa Francisco». La denuncia ha sido publicada en L’Osservatore Romano con permiso explícito de Jorge Bergoglio, que recientemente quiso verse con monjas de todo el mundo y escuchar sus lamentos, protestas y propuestas. Acudieron al Vaticano más de mil, pero no todas consiguieron decirle al Papa lo que sentían sobre el maltrato que reciben por su labor. El texto ha sido publicado en la edición de marzo de Mujeres, Iglesia, Mundo, un suplemento mensual de L’Osservatore Romano. En el reportaje, varias religiosas explican a la periodista Marie-Lucile Kubacki cuál es su situación, cercana a la explotación laboral.

Una de las historias es la que cuenta la hermana María (nombre ficticio), que llegó a Roma hace 20 años procedente de África y describe cómo desde entonces ha estado recibiendo a religiosas de todo el mundo. «A menudo hablo con monjas en una situación de servicio doméstico poco reconocido. Algunas de ellas se levantan de madrugada, sirven en las casas de obispos o cardenales y otras trabajan en las cocinas de instituciones eclesiásticas», precisa. Al Papa le han preguntado directamente si era justo que «un eclesiástico se haga servir una comida por una monja y luego, una vez servido, la deje que coma sola en la cocina».

Según María, las religiosas «no tienen un horario fijo y su retribución es incierta, y a menudo muy modesta», subraya.

Presiones psicológicas

Kubacki, especialista en asuntos religiosos, entrevistó a varias hermanas que -usando seudónimos- denuncian, además de las condiciones económicas y sociales injustas que sufren, presiones psicológicas y espirituales. En el ámbito de los corresponsales de prensa que cubren informaciones del Vaticano a estas mujeres se las ha denominado monjas pizza por el trabajo indiferente que hacen, explica la autora.

Muchas de ellas, relata el artículo de L’Osservatore Romano, han llegado a Italia procedentes del extranjero y están pagando una deuda adquirida con la congregación religiosa a la que pertenecen. En algunos casos, la orden cuidó de la madre enferma o facilitó que un hermano pudiera completar sus estudios superiores en Europa.

Tal y como apunta la hermana Paula, una religiosa con una posición importante en la Iglesia, es difícil evaluar el alcance del problema del trabajo gratuito o mal remunerado y poco reconocido por parte de las religiosas. Años atrás, en Italia se planteó públicamente la situación laboral de las monjas que trabajaban gratuitamente en los hospitales públicos, a veces católicos y otras no, después de que algunas de ellas denunciaran a los patronos. Los pleitos siguieron adelante y al final obtuvieron las contribuciones a la seguridad social, sueldos formales y finiquitos al final de la carrera.