La ansiedad en los niños se presenta como una desregulación emocional en la que pueden estar implicadas varias emociones que resultan desbordantes. Lo normal es que exista o bien un exceso de miedo, o bien una tristeza elevada, aunque pueden combinarse. No es necesario que exista un evento que pueda observarse a simple vista, ya que el cerebro infantil asocia o procesa los acontecimientos de una forma todavía más irracional a como lo hace un adulto, pero siempre igual de receptivo al medio donde se desenvuelve. Lo que aumenta la pérdida de control es el desconocimiento sobre las propias emociones, el no saber que tienen una función, que a veces nos ayudan y otras nos perjudican. Les cuesta pedir apoyo y no siempre sabemos dársela.

Que una persona entienda una emoción concreta, le ofrece una herramienta muy valiosa para enfrentarse a las situaciones asociadas. Aceptar la tristeza, conocerla y saber entenderla nos ayuda siempre que haya una pérdida o cuando algo no está a la altura de nuestras expectativas. La ansiedad, siempre partiendo de que es desbordante y desadaptativa, tiene también que ser entendida por los niños y por sus padres para juntos poder reducirla hasta alcanzar un nivel óptimo de bienestar individual y familiar. Siempre es posible, aunque tiene que hacerse mediante técnicas enfocadas al juego.

LUCHAR O SER AMIGOS

Todo aquello que recibe un carácter negativo, puede ser explicado desde el punto de vista de que es un monstruo que nos asusta. Tanto la rabia, como la tristeza o el miedo entrarían dentro de esta categoría. Ese monstruo puede tener partes muy positivas y partes muy negativas. Las negativas serían aquellas que nos harían sentir pequeños y las positivas las que nos ayudarían a enfrentarnos al mundo. Partiendo de esta premisa, podremos trabajar con el "monstruo de la ansiedad".

Siguiendo las diferentes pautas, podremos enseñar a los niños a conocer sus propias emociones de miedo y tristeza:

1. Dibujar al monstruo

Todo lo que se exterioriza, puede ser controlado mejor. El primer paso para ello es poder dibujar lo que sentimos, ese monstruo. Es una tarea que debe hacerse en familia, dar el mayor número de detalles posibles y, a poder ser, que cada miembro dibuje el suyo. Esto refuerza el vínculo, hacer sentir apoyo y comprensión y se desdramatiza la situación.

2. Ponerle un nombre

¿Cómo vamos a llamar a nuestro monstruo a partir de ahora? Va a hacer que podamos hacerlo más palpable, cercano y con un menor tono de miedo. También creará un lenguaje común para en el futuro poder hablar de ello.

3. Meterlo en una cajita

Todo monstruo para poder ser controlado debe encerrarse en una cajita, que también debe dibujarse. No es una caja que lo oculta, sino que lo controla, porque hay ciertas partes de ese monstruo que sí nos ayudan. Esto nos vuelve a dar control sobre la situación y una visualización clara que acote en la cabeza del niño el lugar del miedo.

4. Cerrar esa cajita

Deben dibujarse elementos que el niño escoja para poder mantener la caja siempre cerrada, como una cerradura, un candado o peso encima. Es aquí donde le explicamos que, en la vida diaria, esos elementos que cierran la caja deben existir, pero de otra forma, que la cerradura puede ser el respirar hondo o el peso sobre la caja el apoyo de toda la familia.

Las emociones son desbordantes a cualquier edad, especialmente en la infancia y si no se identifican de forma clara. Sin embargo, es la etapa donde más rápidamente se aprenden e integran en el día a día. La dificultad es solo inicial y pronto los niños, gracias también a la resiliencia, aprenden a gestionar mejor los obstáculos, sea cual sea el monstruo que les preocupe.

* Ángel Rull, psicólogo.