"Al final del camino me dirán: ¿Has vivido? ¿Has amado? Y yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres...". La cuenta de Twitter de Pedro Casaldáliga incluía el 4 de agosto su propia valoración de lo hecho a lo largo de 92 años. Se conoció pocas horas después de que el "obispo del pueblo", como lo han llamado los brasileños, fuera internado por problemas respiratorios en São Félix do Araguaia y luego conducido a un hospital paulista. Allí, en la ciudad que solía mirar de soslayo, y en cierta manera de un modo acusatorio, Casaldáliga cerró sus ojos por última vez.

Hijo de campesinos, había nacido 16 de febrero de 1928 en Balsareny. Había atravesado el desastre de la guerra. En 1952 se había ordenado sacerdote en Montjuïc bajo los rigores escolásticos del franquismo. Don Pedro, como lo llamarían, se unió entonces a la orden de los claretianos. La vida sacerdotal llevó de Sabadell a Barbastro y más tarde a Madrid. Casaldáliga vibró con el Concilio Vaticano II y sus promesas de renovación. Desde 1962 entendió con mayor claridad sus anhelos de formar parte de una Iglesia diferente, siempre del lado de los humillados.

Hora decisiva

"Había llegado también para mí, personalmente, una hora decisiva. Entre otras cosas que ya he dicho, Che Guevara acababa de ser muerto, y su testimonio laico era una nueva llamada desde América", escribió en su autobiografía 'Yo creo en la justicia y en la esperanza', de 1975. El testimonio da cuenta de una época de intensidades utópicas que Casaldáliga aceptó como propia porque pensaba que el horizonte de redención, con sus costos, estaba al alcance de la mano. En aquel 67 hasta le dedicó un poema en la memoria del guerrillero argentino-cubano ejecutado en una escuela boliviana. "Y, por fin, me llamó también tu muerte/ desde la seca luz de Vallegrande/ Yo, Che, sigo creyendo/ en la violencia del Amor: tú mismo/ decías que ¿es preciso endurecerse/ sin perder nunca la ternura".

Primero pensó en ir a Bolivia, la Cenicienta postergada, como la llamó. Después se inclinó por Brasil. Se internó la región amazónica del Araguaia, en el estado del Mato Grosso, junto con una misión claretiana. Nunca retornó a Cataluña. Casaldáliga se encontró con un universo de la desesperación humana, premoderno, donde todavía los terratenientes imponían su poder sobre la base de la violencia. Los campesinos, constató, perplejo, atravesaban experiencias propias de los campos de concentración europeos. El sacerdote aseguró haber participado del entierro de 1.000 peones "a menudo sin ataúd y muchas veces sin nombre". Fue nombrado obispo titular de São Felix do Araguaia a partir de 1971. A su alrededor no había siquiera un teléfono. El día de la consagración episcopal publicó, de modo clandestino, un documento que medio siglo más tarde encuentra su potente actualidad cuando Brasil es gobernada por la ultraderecha. En ese informe denuncia a los responsables de un trabajo casi esclavo ("nacer, morir, los derechos básicos") y la explotación voraz de los recursos naturales. "Sentí que con el documento también podría haber firmado mi propia pena de muerte", recordó. Pronto comenzaron a amenazarlo y, también, a amarlo.

Teología de la Liberación

Para Casaldáliga, la iglesia de la Amazonía estaba "en conflicto con el latifundio y la marginación social". Por eso se puso al lado de los campesinos y pueblos originarios durante las cuatro décadas de su obispado. Participó de la fundación del Consejo Indigenista Misionero (CIMI) y de la Comisión Pastoral de la Tierra de la Iglesia brasileña (CPT). Juan Pablo II no simpatizaba con la Teología de la Liberación que tenía en Brasil a uno de sus principales afluentes. Le pidió más de una vez explicaciones por sus posturas a aquel obispo catalán inmerso en la espesura amazónica. Hasta lo llegó a convocar al Vaticano, en 1988. Casaldáliga renunció al obispado a los 75 años pero no se movió de la diócesis ni de sus postulados.

En el 2013 se estrenó una miniserie sobre su vida titulada ¿Descalzo sobre la tierra roja. "La Tierra es el único camino que nos puede llevar al Cielo", escribió en 1975 y lo repitió sin descanso. A lo largo de décadas, ha hablado y escrito mucho en favor de los que nunca han tenido más que infortunios: más de 50 obras de prosa e incluso poesía. Su palabra fue también virtual. "Primero sea el PAN, después la LIBERTAD. (La libertad con hambre es una flor encima de un cadáver) Donde hay pan, allí está Dios", dijo a través de twitter en una de las últimas actualizaciones de su cuenta. Lo que es decir, al final del viaje que se había iniciado en Balsareny.