Mañana muy fea en Estocolmo. Nubes, llovizna y un frío de mil demonios que no invita al neófito a pensar que el cambio climático sea un peligro. «Ese es uno de los problemas principales, que la gente no se da cuenta de que es una amenaza real y cada vez más grave, y que pronto será irreversible», señala a este diario Greta Thunberg. Para entenderlo, es un poco como el colesterol, que un día te mata y no te has dado cuenta. Esta activista sueca de 16 años, que en agosto pasado inició una huelga escolar todos los viernes para protestar contra el calentamiento global, ha convertido su inquietud personal en un movimiento planetario. Los jóvenes salieron ayer a las calles de más de 2.050 ciudades de 123 países. Lo hicieron con un mismo mensaje: la exigencia de cambios inmediatos en política medioambiental. Y si antes se protestaba para salvar la Tierra, que también, ahora se trata, simplemente, de tener un futuro. De sobrevivir.

El tiempo dirá si esta marea verde es un episodio pasajero. Pero tiene algo que la diferencia de las anteriores mareas ecologistas. Es distinta, sobre todo, porque está protagonizada por jóvenes (las mujeres son mayoría) a los que les gustaría tener el futuro en sus manos. «Es normal que casi no haya adultos, porque ellos ya piensan más en el pasado que en el mañana», asegura Greta, que suele regalar un titular con cada frase. A las nueve, frente al Parlamento sueco, apenas se han congregado unas 300 personas. A mediodía serán miles -se habla de cerca de 10.000- los que ocuparán este espacio del Estocolmo más turístico. La menuda impulsora del Fridays for Future (viernes por el futuro) porta, como siempre, la primera pancarta que blandió en solitario en agosto del 2018, en la que se lee huelga escolar por el clima escrito en sueco. Viste el chubasquero amarillo que la hace inconfundible y que muchos otros jóvenes locales han copiado, y también las trenzas que la dotan de una apariencia infantil que se desvanece en cuanto empieza a hablar. Por aquí andan sus compañeros de la escuela, orgullosos de que su amiga haya conseguido inspirar a tanta gente. Uno de ellos admite que tiempo atrás no era la niña más popular del cole «porque es un poco distinta», pero ahora hay coincidencia en que se ha convertido en su mejor embajadora.

Greta responde por turnos a televisiones de todo el mundo. La mayoría coinciden en preguntarle cuál será el siguiente paso después de haber levantado a medio planeta. Ella repite siempre lo mismo: «Voy a seguir viniendo todos los viernes hasta que mi país cumpla con el acuerdo de París». En resumidas cuentas, que se evite que la temperatura suba una media de dos grados para evitar que la Tierra empiece a tomar decisiones sin tener en cuenta a la especie humana. Su obstinación, en parte explicada a través del síndrome de Asperger que padece (es uno de los síntomas de este trastorno del espectro autista), puede parecer simplista. Pero ella tiene muy claro que no se puede mirar más allá de un muro hasta que no lo has derribado. Apenas ríe, anda despacio, se hace fotos con todo el mundo, mueve la cabeza cuando se ruboriza al preguntarle por la nominación al Nobel de la Paz.

Es una líder involuntaria que gestiona como puede una fama que no quiere pero sí sabe bien cómo explotar. Por eso detrás de ella va un pequeño ejército de colaboradores que despejan el camino y la protegen. Saben que es el símbolo de una generación que no tiene intención de pedir permiso para cambiar las reglas de juego. Porque para ellos esto no va de ecologismo, sino de nuevas prioridades y otra manera de enfocar la vida. Lo harán, dicen, porque los mayores les están robando el futuro. Deben pensar que nada puede generar más miedo a los que dominan el tablero. Sobre todo en el ámbito de la política y la economía. «Cuando empecemos a cambiar los hábitos de consumo, las grandes multinacionales no tendrán más remedio que escucharnos», avisa una manifestante.

Una pareja de «verdes seniors» sigue la protesta con gran emoción. «Esto es el inicio de algo muy grande», reza la mujer. «Tengo la piel de gallina, y no es por el frío», añade su marido. Al Parlamento sueco se han acercado diseñadores, arquitectos, psicólogos, médicos... También maestros. Una profesora dice que esta protesta es «mucho más urgente que ir a clase», aunque, admite, algunos directores de escuela no lo están viendo de la misma manera. En el escenario se suceden los discursos y las actuaciones musicales. Todo en sueco... Le toca a Greta y una estudiante de 17 años se presta para la traducción: «Ha dicho que nosotros tenemos el poder de cambiar las cosas».H