Nkosi Johnson debería estar cumplido hoy 31 años. Sería, acaso, un exitoso jugador de rugby, deporte muy popular en su natal Sudáfrica, o un dedicado médico cirujano o futbolista; además de un amoroso esposo y padre de familia.

Pero Johnson no llegó, ni siquiera, a la mayoría de edad, a ese momento cumbre entre la adolescencia y la adultez para encaminarse hacia las metas trazadas o a perseguir sus más anhelados sueños. Murió a los 12 años. Murió a consecuencia del SIDA.

Google le rinde un homenaje por su onomástico con un conmovedor doodle: Nkosi está parado en un escenario con traje marrón, hablándole al público, directo al corazón. El trazo es obra del artista Kevin Laughlin.

Como muchos niños pobres en Sudáfrica, Johnson nació siendo seropositivo. Cuando los médicos supieron de su existencia su reloj biológico marchaba encuentra regresiva y a toda velocidad. Sudáfrica, para tener un panorama más cercano y a la vez alarmante, tiene el mayor número de casos de VIH en el África subsahariana, con 7,7 millones de personas que viven con el virus.

Nació en febrero de 1989, su madre falleció en 1997 en Johanesburgo (también por el sida), y la familia que debía hacerse cargo de él lo rechazó por su enfermedad.

Pero lejos de ser una estadística más, una cifra de muchos dígitos de niños sin rostros, el destino le deparó Nkosi un papel fundamental que lo colocó al mismo nivel de Nelson Mandela, por lo que hizo y porque nos dejó.

Una vida llena de lucha

Tras ser adoptado por Gail Johnson, una oficial de relaciones públicas de la capital sudafricana, el pequeño Nkosi fue víctima de la más absurda discriminación. La escuela donde fue matriculado, al enterarse que era portador del Sida, le negó el ingreso. Junto a su madre adoptiva iniciaron juntos legal que ganaron ante Corte Suprema. Logró estudiar y establecieron Nkosis Haven, una oenegé que sigue activa hoy en día y que proporciona un hogar seguro y atención médica a las familias afectadas por el sida.

A raíz de esa lucha, el niño fue invitado a varias ponencias para generar conciencia convirtiéndose en el símbolo de la lucha contra esta enfermedad.

Pero fue su participación en la Conferencia Mundial sobre el Sida celebrada en Durban, que nos hizo ver lo ridículamente egoístas que pueden ser las personas que nos gobiernan cuando se trata de ayudar a quien más lo necesite.

"Cuídanos y acéptanos, todos somos seres humanos. Somos normales. Tenemos manos. Tenemos pies. Podemos caminar, podemos hablar, tenemos necesidades como todos los demás. No nos tengas miedo. todos somos iguales!", fueron las palabras que Nkosi pronunció ante los gobernantes.

Durante su discurso, además, abogó por la entrega, por parte del gobierno, de drogas retrovirales a mujeres embarazadas, para prevenir la transmisión del mal a sus niños.

Con los tratamientos antisida, este niño pudo alargar su vida más que pudo y recibir el amor que le negaron y la admiración que no pidió, pero que lo hizo sonreír.

El 1 de junio del 2000 falleció mientras dormía. Su madre adoptiva informó que su hijo pesaba menos de 10 kilos.

"Que su vida y su ejemplo nos sirva para ser fuertes y resistir en nuestra lucha contra esta maldita enfermedad. Se ha ganado todo el honor, respeto y dignidad que le podamos conceder", manifestó Mandela en los meses finales de agonía de Nkosi.

La organización KidsRight creó el Premio Internacional de la Paz Infantil en 2005. Cada año, el premio, una estatuilla "Nkosi", se entrega a un joven ganador celebrado por promoción de los derechos del niño.