A todo ese mundo de app (en el fondo, programas), se le añaden sensores físicos para mejorar la información. Más allá de la cámara, que sigue siendo el gran ojo del móvil, y de la localización (GPS, brújula, posicionamiento espacial...), llegan los wearables, dispositivos que ocultan sensores en relojes, pulseras, anillos, gafas, camisetas, chaquetas o incluso bañadores, y que recopilan más datos, mucho más precisos, que también envían a un sistema centralizado. O que alumbran posibilidades de interacción a través de la realidad aumentada. También los asistentes virtuales afinan en su comprensión del lenguaje humano gracias al cruce masivo de datos y frases de millones de usuarios.