Ha muerto la señora María Gómez, un nombre vulgar. Pero vivió algo extraordinario. En el suelo y en las paredes de su casa aparecieron varios rostros de origen desconocido. Esto sucedió en Bélmez de la Moraleda, un pueblecito de Jaén, 30 años atrás. Hace un año y medio, en un viaje a pie por Sierra Mágina, pasé por Bélmez y vi las caras.

Cuando apareció la primera, cerca de la chimenea, María salió a la calle chillando. Las autoridades civiles y eclesiásticas querían impedir que creciera la expectación. Pero poco después, apareció la segunda cara. Resumiré, porque quiero explicar mi experiencia personal. No podía tratarse de un fraude, porque el CSIC --después de arrancar un trozo de suelo-- dictaminó que no había rastros de pintura.

La casa fue precintada, y cuando volvió a abrirse, tres meses más tarde, había nuevas caras y una de las primeras había cambiado de posición. Se celebró un congreso sobre este fenómeno y como posible causa se pensó en un fenómeno teleplástico relacionado con la dueña de la casa. Una casa de pueblo, pequeña. No hay ningún rótulo que diga: "Aquí las caras". Ni hay que pagar entrada. Me gustaría reproducir aquí lo que vi y, sobre todo, el diálogo con la viejecita María.

La más grande

Entro tímidamente. Veo a una mujer sentada en una mesa con brasero. Tiene medicinas sobre la mesa. Me dice, con toda naturalidad: "Esta mañana m´he sentío mu mala, ahora estoy mejó". Hablamos del tiempo y dice: "En el suelo hay la cara más grande, ahí". Lo ha dicho tan sencillamente como cuando hablaba de su mareo. Y la veo.

"Y miren parriba. La que está en la paré...". "Sí". "No se sabe quién es", dice. En una repisa sobre la chimenea, como si fuera una foto, una cara cubierta con un cristal y con el bloque de cemento que salió del suelo al arrancarla. "Ese trozo --explica-- lo han tenío en Madrí, año y medio que ha estao fuera de la casa, pa estudiarlo...".

María habla con una voz un poco débil, pero en absoluto frágil. Tiene la piel pálida y fina, y alrededor de sus ojos tiene una especie de círculos donde la piel es más rosada, casi como de carne viva. Algo extraño. Me impresiona más que las caras. Dice pausadamente: "Unas veces hay más caras, otras menos. Pero aquí están". María me dice que nació la noche de Reyes, la Epifanía. Palabra griega que significa aparición . Increíble. "Hay otra en la pared del pasillo", dice.

Son caras distintas. Hay una femenina, parece una chica joven, con cabellera larga y bien marcada, incluso el vestido recuerda a una figura de otro tiempo. Cuando me vuelvo hacia ella insiste: "He estao toda la mañana mu mala". Tose. "Toma algo, veo". "Sí, pastillas pa los bronquios, pa la circulación, pal colesterol. De tó, tengo. Miro a su alrededor y digo: "Eso era la cocina, ¿no?". "Donde he estao toda la vida. Ahora ya... Desde que salen las caras ya no se ha vuelto a encender". Le digo: "¿Para usted es un misterio?". "Pa mí sí. Hace 31 años que salieron. Ni ruidos, ni voces, ni ná. Namás que caras. Son pacíficas, no quieren conversación".

"Usted les habla". "Sí, les hablo, pa ver si me contestan algo, pa ver a qué han venío, que es lo que quieren". "Usted les pregunta y no contestan". "Na. Yo quisiera que me contestasen, queremos eso o lo otro, hemos venío por... O echamos espíritus de otra época, lo que sea...". "Saber algo". "Algo".

Es una mujer desconcertante. Le cuento que hoy vamos de Huelva a Bélmez. Me sorprende la pregunta: "¿Están casaos o solteros?" "Sí, estamos casados." "¿Les dejan salir solos?", se sorprende. "¿A nuestra edad?", digo. Miro la piel rosada alrededor de sus ojos. Me sabe mal dejarla, pero quizá es el momento de marcharnos. "Es usted muy amable", le digo "pero nos vamos. Veo que está muy bien". "Estoy regulá. Tengo mucho tiempo, también, mucha edá.

Sólo tres pasos y estamos en la calle. Cuando cuento a Juani, del bar Simón, que he ido a ver las caras, y que lo son, y no imaginaciones, me dice que claro. Ella ya ha estado, en la casa de María, pero no tiene ganas de volver: "Me da respeto. Con el tiempo que ha pasao, no le encuentran explicación, ni sentío". Y de golpe suelta algo inesperado: "Los parapsicólogos esperan a que ella se muera. A ver qué pasa". Hace una pausa. "A ver si las caras siguen ahí o desaparecen. Si es esa mujer la que tiene un poder que hizo salir las caras". "Sin que ella lo sepa", digo. "Eso".

Y ahora María Gómez acaba de morirse. Sin entender por qué esos rostros se han pasado 30 años en su casa sin querer hablar con ella.

Me sabe mal no poder charlar de nuevo con la mujer y fijarme una vez más en sus ojos, extrañamente infantiles, serenos.