La energía solar también tiene su lado oscuro. En el desierto de Mojave, por ejemplo, una de las plantas fotovoltaicas más grandes del mundo está destruyendo la flora autóctona. Un nuevo estudio publicado en la revista 'Nature Sustainability' recoge el impacto medioambiental de estas grandes instalaciones construidas en un paraje hasta ahora inalterado. Y, además, recuerda que la destrucción de recursos naturales no solo afecta a las plantas, sino también a las poblaciones que viven de ellos, como ocurre con las comunidades indígenas de la zona.

La investigación concluye que el despliegue de estos grandes paneles fotovoltaicos en este desierto, situado al suroeste de Estados Unidos, amenaza la supervivencia de los icónicos cactus y de las yucas de Mojave, unas especies que sirven de materia prima y alimento de hasta 18 pueblos indígenas. Porque para acomodar infraestructuras suele 'rasparse' varias capas de tierra; una práctica que destruye muchas de las plantas allí arraigadas y dificulta la recuperación del terreno. Por eso mismo, los expertos llama a repensar el impacto ambiental de estas instalaciones.

"No se trata solo de salvar a los cactus. Se trata de nuestra necesidad de impulsar las energías renovables, frenar la crisis climática y alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible, entre los que incluye la protección de los ecosistemas terrestres", reflexiona Rebecca R. Hernández, autora del recién publicado estudio e investigadora de la Universidad de California, en una nota de prensa remitida por la entidad. La idea, explican los científicos, es lograr un mayor equilibro entre las energías renovables (clave para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero), la vida salvaje y la biodiversidad.

ALTERNATIVAS MENOS DAÑINAS

En este sentido, la investigación propone adaptar algunas de las prácticas que se realizan sobre el terreno para mitigar así su impacto medioambiental. Y, además, se propone situar estas infraestructuras en lugares en los que ya se ha alterado el ecosistema, como en las áreas urbanas, y no en parajes vírgenes, como los desiertos. Entre las alternativas propuestas destaca la instalación de estos parques en vertederos, en tierras afectadas por la salinización (en las que ya no crecen plantas) o incluso en los tejados de grandes edificios.