«No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento por el daño irreparable causado a niños por ministros de la Iglesia», dijo ayer el papa Francisco durante su encuentro con la presidenta saliente de Chile, Michelle Bachelet. «Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se repita», añadió el Pontífice, quien inició el lunes por la noche en Santiago su sexta gira pastoral latinoamericana, que lo llevará también a Perú.

Muchos fieles chilenos no se reponen de las revelaciones de los últimos años. La más impactante ha tenido que ver con el caso de Fernando Karadima, quien fuera el sacerdote preferido de la elite capitalina y debió ser apartado de sus funciones. La designación como obispo de Osorno de Juan Barros, acusado de encubrir a Karadima, provocó una indignación que llegó al Parque O’Higgins, escenario de la ceremonia religiosa. Barros estaba ahí, muy cerca del papa.

Marta Larraechea, esposa del expresidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle expresó su enojo. «Qué vergüenza, ¿de que pide ¿disculpas el Papa? No le creo nada, dice una cosa y hace otra», dijo. Juan Cruz, víctima de Karadima, también reaccionó negativamente. El pontífice, dijo, «pide perdón por abusos en (el palacio de) La Moneda. Otro buen titular que saca aplauso y ahí se queda. Basta de perdones y más acciones. Los obispos encubridores ahí siguen». Cruz recordó que Barros estaba presente «cuando Karadima me tocaba». El portavoz de los laicos de la sureña Osorno, Juan Carlos Claret, también dijo que el discurso de Francisco queda «con sabor a poco». Y el sacerdote jesuita Felipe Berríos consideró que «con todo lo que ha dicho el papa», Barros “debió haber tenido una cierta dignidad de no haber ido».