La llamada que el pasado domingo realizó una adolescente a la policía del condado de Riverdale, en California, abrió las puertas a una casa de los horrores: una residencia familiar donde los padres de la menor la mantenían cautiva junto a sus 12 hermanos, malnutridos y, en algunos casos, encadenados. Esos padres, David Allen Turpin, de 57 años, y su esposa, Louise Anna Turpin, de 49, están detenidos y se enfrentan a cargos por tortura y por poner en peligro a menores. Un juez fijó sus fianzas en nueve millones de dólares a cada uno. La policía informó el lunes de que la adolescente les llamó el domingo por la mañana tras coger un móvil y escapar de la casa, situada en una urbanización de Perris, a 110 kilómetros al sur de Los Ángeles. Cuando los agentes se encontraron con ella pensaron que tenía 10 años y la vieron «ligeramente demacrada». De hecho, tenía 17.

Tras escuchar el relato de su cautiverio y el de sus hermanos, los agentes fueron a la casa y allí entrevistaron al matrimonio Turpin. Encontraron también a varios niños atados a camas con cadenas y candados en un ambiente «oscuro y pestilente». Según la policía, los padres fueron arrestados tras ser «incapaces de dar inmediatamente una razón lógica» para la situación de sus 10 hijas y 3 hijos, que «parecían malnutridos» y estaban «muy sucios».

Aunque los hermanos tienen de 2 a 29 años los agentes inicialmente pensaron que eran todos menores por su mal aspecto y se quedaron «impresionados» cuando descubrieron que siete de ellos eran adultos. Los menores fueron trasladados a un centro médico y los mayores de edad a otro y todos fueron admitidos para seguir tratamiento. Los Turpin, dueños de la vivienda, habían residido antes en Texas y vivían en Perris desde el 2010. Al año siguiente, el padre logró un permiso para abrir una escuela privada en la casa, Sandcastle Day School, de la que figura en un directorio del Departamento de Educación como director. Este año, según listados públicos, el centro tenía a seis niños matriculados.

En dos ocasiones el matrimonio se declaró en bancarrota. La última en el 2011, cuando aseguraron deber entre 100.000 y 500.000 dólares. Entre los vecinos había incredulidad, aunque algunos reconocían haber detectado anomalías. Kimberly Milligan explicó que cuando se mudó solía ver a la mujer fuera con un bebé. Y se preguntaba por qué, si había tantos niños, «no se les veía jugando fuera». «Creía que eran educados en la casa. Sabes que hay algo que chirría pero no quieres pensar mal», dijo.