Más allá del circo y de los fastos, cada edición de la pasarela de alta costura de París es como un funeral colectivo. El próximo 5 de julio, las esquelas las pondrán tres clásicos: los franceses Emanuel Ungaro y Givenchy, y la casa italiana Versace. El trío anuncia que no presentará sus colecciones de un arte cuyo principal fin dejó de ser la venta de trajes a medida.

Cuando estaba a punto de morir, la alta costura renació como un laboratorio de ideas. Y es, sobre todo, un gran tiovivo publicitario que hipnotiza a las clientas y las arrastra hasta las tiendas, donde compran colonias, bolsos, gafas o conjuntos de prét- -porter.

"Los paraísos más bellos son aquellos que se han perdido", dijo, en un golpe lírico, Yves Saint Laurent cuando se jubiló hace dos años y quiso convertir su adieu en un funeral del sector. Menos poético, Ungaro explicó recientemente por qué, a su entender, ese "paraíso" se ha esfumado: "La alta costura está obsoleta porque ya no hay clientas dispuestas a esperar dos meses para recibir su encargo exclusivo".

Los tres últimos desertores apuntan razones diferentes en su autopsia. Ungaro, según su colaboradora Anne Chauvin, quiere lanzar una línea híbrida entre la costura y el prªt-a-porter. Givenchy, la casa que vistió a Audrey Hepburn, se toma con tiempo la búsqueda del sustituto de Julien McDonald, a quien despachó en enero. Y Versace aún intenta resarcirse del aciago 2002 con propuestas más informales.

Las cifras del sector son de pompas fúnebres. En los años 80, por ejemplo, había más de 20 casas a las que la Cámara Sindical de Francia les había dado el copyright de la alta costura tras pasar una reválida consistente en a) tener al menos 15 empleados en los talleres y b) presentar a la prensa en París cada temporada una colección de al menos 35 pases con modelos de día y de noche.

Ahora, de los miembros fijos sólo quedan ocho, con los mandarines John Galliano --para Christian Dior-- y Jean-Paul Gaultier a la cabeza. Con ellos, sobreviven Chanel, Christian Lacroix, Dominique Sirop, Hanae Mori, Scherrer y Torrente. Balmain sigue en barbecho. Y en la cuneta se han quedado Paco Rabanne. Y Lanvin. Y Guy Laroche. Y Pierre Cardin. Y Nina Ricci... El nuevo aliento viene de los miembros invitados, como Elie Saab.

De las 40.000 clientas que en los años 50 acudían a los salones de París, ahora apenas compran alta costura un vaporoso grupo que los observadores cifran entre 200 y 3.000. Entre tanto número aciago, Beatriz de Orleans, embajadora de Dior en España, suele decir que la alta costura es "rentabilísima". ¿Qué otra campaña les habría permitido salir en 10 portadas?