El 25 aniversario que hoy se conmemora es el del accidente de la central nuclear Vandellós-1. A las 21 horas y 39 minutos de esta noche se cumplirá un cuarto de siglo de lo que, según la clasificación internacional que mide este tipo de sustos, no llegó a la categoría de accidente, pues se quedó en el peldaño anterior, el de incidente, de nivel 3. Y eso a pesar de que algunos trabajadores de aquella central nuclear que el 19 de octubre de 1989 estaban de guardia, bastante de ellos ingenieros y físicos nucleares, llamaron a sus familias y les ordenaron que se encerraran en casa y bajaran las persianas.

El accidente echó por tierra uno de los axiomas fundamentales del lobi nuclear, según el cual la redundancia de medidas de seguridad en este tipo de instalaciones alcanza cotas inimaginadas en cualquier otra industria. Estaba el antecedente de Chernobil, en 1986, pero se desacreditaba por sí solo porque los responsables de aquella nuclear soviética se dedicaron a experimentar con el núcleo del reactor para conocer sus límites.

EXPLOSIÓN Y ACEITE EN LLAMAS A las 21.39 horas, una de las gigantescas turbinas de la central vibró de un modo inusual. Este era un equipo que nada tenía que ver con el circuito radiactivo. Una corrosión imprevista rompió 36 cables de su interior cuando estaba a pleno rendimiento. Ardieron 25.000 litros de aceite lubricante y lo imprevisto fue que se derramó al piso inferior y que justo ahí estaba todo el sistema eléctrico que alimentaba la refrigeración del núcleo del reactor. Lo peor que aquella noche podía sucederle a Vandellós-1 es que se fundiera el núcleo del reactor.

Días después del siniestro se hicieron bastante célebres las cuatro turbosoplantes de Vandellós-1. Su misión era refrigerar el núcleo, pues aunque la sala de control paró la instalación nada más declararse el incendio, la fisión nuclear no es un proceso que se desconecte como una bombilla. La temperatura subía inercialmente en el núcleo y había que enfriarlo a toda costa.

La cuestión es que el sótano estaba inundado por la intervención de los bomberos y, bajo el agua, estaba lo que quedaba del sistema de alimentación de las turbosoplantes. Un par de empleados de la central, sin saber si el agua estaba contaminada (lo estaba, pero muy levemente), se metieron en ella hasta la cintura para trabajar. Lo hicieron, dicen, por sus familias, pues vivían cerca de la central.

Un accidente así, en definitiva, tenía todos los números de la lotería para resucitar el adormecido movimiento antinuclear, entonces vinculado solo a círculos muy militantes. Y el modo en que la propia dirección de Vandellós 1 gestionó las primeras horas de la crisis también jugaba en favor de esa posibilidad.

El gobernador civil de la provincia, Ramón Sánchez, de quien dependía la decisión de evacuar o no la zona, se enteró de que algo tremendo sucedía en Vandellós-1 porque le llamó a su casa un periodista. Cuando de inmediato se comunicó con la central a través de un teléfono rojo, nadie le respondió. Entre otras razones porque la sala de control estaba llena de humo. El CSN, la policía de las centrales nucleares españolas, estaba igual. No sabía qué sucedía.

Aquella era una gran noche para el renacer del lema Nuclear, no gracias y sus pegatinas que tan populares fueron en los 70 en Europa, pero el tren de la historia cambió de vías a las cuatro de la madrugada, cuando el delegado del Gobierno convocó una rueda de prensa. A media mañana, con el turbogenerador aún humeante, abrió la central a la prensa. El recinto parecía un decorado del fin del mundo.

EL FINAL El 23 de noviembre de 1994 salió de Vandellós-1 el último cargamento de combustible radiactivo de la central hacia Francia. El uranio iba en dos vagones blindados. Entre ellos y la locomotora había un vagón restaurante. En él, un grupo de periodistas entonces ya expertos en energía nuclear trataban de que el traqueteo del convoy no derramara sus copas de champán. 20 años atrás, aquel tren cruzaba Barcelona de incógnito. Los ecologistas a veces lo interceptaban y se montaba un escándalo. Todo ello, antes del accidente de Vandellós-1. Tras el accidente, paz. Qué extraño es a veces el mundo.