A primera hora de la mañana de ayer, el circuito de pruebas del Instituto Nacional de Técnicas Aeroespaciales de Torrejón de Ardoz (Madrid) tenía un aspecto aseado y tranquilo. Diez jóvenes efectuaban pruebas ordenadamente en cuatro coches. Ni siquiera se oía una voz más alta que otra. Cuatro horas más tarde, el caos era más que perceptible. Un coche se saltaba un semáforo, otro frenaba tarde y un tercero rompía una barrera de conos. Sus conductores, lejos de asustarse, rompían a reír. ¿Qué había cambiado? Muy fácil: los conductores habían empezado serenos y casi en ayunas, pero a lo largo de la mañana se fueron hinchando a copas, vinos y cervezas.

El experimento, organizado por la Fundación Alcohol y Sociedad con la colaboración de Rover, pretendía medir la incidencia del alcohol en la conducción y en la posibilidad de sufrir un accidente. Los resultados no descubrieron nada especialmente nuevo, pero sí pusieron de relieve datos que muchas veces pasan desapercibidos.

"Cualquier cantidad de alcohol, por pequeña que sea, altera los reflejos y la capacidad de percibir las distancias", afirman las conclusiones del estudio. Un simple vaso de vino o una copa provocó que el número de fallos de las pruebas se duplicara. Con dos copas se multiplicó por tres, y con cuatro hubo hasta siete veces más fallos. Traducido en el riesgo de sufrir un accidente, con cero copas, la probabilidad es del 3%, con una sola sube al 9%, y con cuatro, al 17%.

El alcohol afecta de manera muy distinta a cada persona hasta extremos insospechados. Es casi imposible dar normas. Una joven con dos cubatas dio 0,49 mg/l de aire expirado, casi el doble del límite legal, mientras que un chico tuvo que consumir seis chupitos de whisky para superar el 0,25. Las chicas resultaron las más perjudicadas .

Los organizadores escogieron bien a sus conejillos de indias. Los había muy cautos y otros que eran un auténtico peligro. Tras tomar su primera copa, Inés explicó que algunas noches no sabía como había llegado a su casa. "Más de una vez he pasado por la carretera de la Coruña (la autopista A-6) sin enterarme", confesaba sin añadir un ápice de valoración positiva o negativa. Era así y punto.

La joven más afectada por la ingesta --su risa floja era imparable--, fue algo más prudente. Después que el etilómetro le detectara un nivel de alcohol de 0,32 ml/l, ligeramente superior al límite legal, le preguntaron si en estas condiciones cogería el coche fuera del circuito de pruebas. Había tomado dos vodkas. La respuesta fue la siguiente: "Si estuviera en casa no, pero si estuviera de marcha en Tres Cantos (localidad de la periferia), pues claro. Tendría que volver, no?". Que mucho que hacer en materia de educación vial.