La idea que el olfato humano es inferior al de los otros animales está de capa caída. En los últimos años, los científicos han constatado que los humanos pueden distinguir entre millones de millones de olores distintos; que identifican algunos mejor que los perros; y que la pérdida del olfato puede llevar a la depresión o preceder una enfermedad neurodegenerativa.

«El sentido del olfato ha recibido mucha menos atención de la que merece», afirma John McGann, neurocientífico de la Universidad Rutgers (EEUU) que publicó el 12 de mayo un artículo en Science titulado El mal olfato humano es un mito del siglo XIX. El trabajo es una revisión: no aporta resultados nuevos, pero analiza a fondo la literatura existente.

McGann cree que el creador del «mito» es Paul Broca, un genial neuroanatomista francés del siglo XIX. Broca constató que las dimensiones de las regiones del cerebro llevaban relación con las habilidades asociadas. En las ratas, el bulbo olfativo es grande y está posicionado en la parte frontal del cerebro. En los humanos, es más pequeño respecto al volumen total del cerebro y está escondido detrás del lóbulo frontal, la región vinculada a las actividades racionales. Broca asumió que esta región se había desarrollado a costa del bulbo.

«Estaba bajo presión para explicar por qué los humanos son especiales», afirma McGann. «La Iglesia le había condenado por su materialismo. Desde su perspectiva, lo que hace a los humanos especiales no era el alma, sino el libre albedrío, que está emplazado en el lóbulo frontal», explica el investigador.

No obstante, una investigación del 2014 aportó pruebas fehacientes de que los humanos pueden discriminar potencialmente entre un millón de millones de olores distintos. En el 2007, un experimento con voluntarios vendados había puesto de manifiesto que los humanos siguen rastros de olor igual que los perros.

Estos estudios son la punta de un iceberg: el olfato tendría un papel en la dieta, en la elección de la pareja, en la percepción del estrés de otros, y en la evocación de recuerdos (por ejemplo, en las alucinaciones olfativas del estrés postraumático).

Sin embargo, la prueba más contundente es la anosmia: la pérdida del olfato por intoxicación u otras razones. «Puede afectar al interés por la pareja, a la dieta. El 80% del gusto es olfato… Sin olfato es difícil entender la vida», afirma Laura López Mascaraque, investigadora del Instituto Cajal del CSIC en Madrid y coautora de un libro sobre el olfato, no implicada en el trabajo. Además, la anosmia puede causar trastornos sociales y depresivos y está entre los síntomas del parkinson y del alzheimer.

Según McGann, preguntarse qué especie es mejor en oler es erróneo. «Distintos animales perciben distintos olores», explica. Por ejemplo, las personas son mejores que los perros y los conejos en discriminar el acetato de isoamilo (olor de plátano) y mejores que las ratas en detectar un aldehído contenido en la sangre humana.

¿Cómo se explican, entonces, las observaciones de Broca? El bulbo humano es mayor que el de la rata en términos absolutos: posiblemente, mientras el resto del cerebro evolucionó, el bulbo no se redujo, al contrario. Además, el número de neuronas en el bulbo varía muy poco entre los mamíferos.