Nuestra sociedad divide en polos opuestos muchas de nuestras cualidades, haciendo ver que uno de esos polos es positivo mientras que el otro sería negativo. Las acciones que dirigimos hacia nosotros mismos o hacia los demás, son de las más categorizadas y podemos ser tildados de egoístas de forma muy rápida. No se hace de forma objetiva y no hay una balanza que mida esas acciones, pero nuestro cerebro parece necesitar esas categorías. Se promueven valores como la solidaridad, el altruismo, la ayuda colectiva o el apoyo, dejando de lado nuestras necesidades individuales. Tenemos que estar bien para los demás, para mostrar nuestro apoyo. Es algo que interiorizamos desde pequeños, en base a nuestra educación y los valores de nuestros padres y puede llegar a ser un verdadero problema en la etapa adulta.

Si nos damos a los demás, ya que tendemos a movernos por extremos, la balanza se descompensa y nos olvidamos de nosotros mismos. No escuchamos nuestras necesidades, no hacemos caso a nuestras emociones o negamos nuestros propios valores por cumplir los de los demás. Para romper eso, para tener mucho más equilibrio, debemos empezar a hacer cosas por nosotros mismos.

Tú como centro

Nuestra cultura tiende a rechazar a aquellas personas que actúan desde el egoísmo y que no miran por el bienestar de los demás, pero no siempre se hace desde la objetividad. Dentro de eso egoísmo no siempre hay una negación de las necesidades de los otros, sino que se ha establecido la norma de que la prioridad es el bienestar de uno mismo para, ya desde ahí, poder ayudar a los demás. Este egoísmo razonable es el que sí debemos perseguir, aunque para ello podamos ser sujetos de críticas.

Intentar ayudar a una persona, sin nosotros estar bien, solo nos desgasta más y acaba perjudicando al que recibe esa ayuda. Los demás no siempre se dan cuenta de ello, ni tienen en cuenta lo que necesitamos si no lo pedimos. Somos nosotros mismos los que debemos colocarnos en el centro de nuestra propia vida, como los demás están en el centro de la suya.

A través de las siguientes pautas, podemos empezar a tratarnos a nosotros mismos como una prioridad:

1. Amor hacia ti mismo

Amor hacia las cosas que tienes y haces, hacia lo que eres. Tendemos a dar ese amor a las personas que no lo merecen, a todo aquello que nos resta, con la falsa creencia de que dar amor donde no lo hay, hará que nazca de la nada. Solo debemos poner ese foco de amor y de valoración en lo positivo y lo que sume, empezando por nosotros mismos.

2. Rompe la queja

El discurso que nos decimos a nosotros y a los demás determina nuestra forma de vivir. El victimismo y la queja no cambian nuestra realidad, ni siquiera nos ayudan a descargar nuestras emociones. Retroalimenta nuestro sufrimiento y lo va expendiendo. Uno de los pilares más importantes para construir nuestra vida y ser nuestra prioridad es el de romper con la queja. Esto nos devolverá sensación de control sobre nuestras vidas y generará acciones concretas para de verdad cambiar lo que no queremos.

3. Autocuidados

Focaliza tu atención en tu cuidado físico emocional, en escuchar lo que tu cuerpo te pide o en cómo sientes las cosas. Esto te da una idea de cómo estás y por dónde tienes que empezar a trabajar el ser tu prioridad.

4. Tu responsabilidad

Separa de forma clara qué es responsabilidad tuya en tu vida y que no. Lo que los demás interpretan, sienten, expresan, hacen o viven no es tu responsabilidad.

Colocarnos en el centro de nuestras vidas implica empezar a romper con todos los malos hábitos que nos habían colocado en un segundo plazo. Esto requiere evaluar cada área y desmontar todo nuestro sistema. Es un trabajo largo, pero solo dificultado por el miedo. Nunca debe darnos miedo tratarnos como una prioridad, es nuestra responsabilidad.

* Ángel Rull, psicólogo.