El reglamento de protección de datos (RGPD) que entró en vigor en mayo pasado en toda Europa no cambia nada legalmente. Se sigue requiriendo el consentimiento expreso del cliente. Pero sí sienta un precedente una reciente sanción a un trabajador de Movistar. «Lanza un mensaje muy importante, y los repartidores tendrán que pensárselo dos veces», explica Samuel Parra, quien cree que estas situaciones de acoso se castigan poco porque no se denuncian. «Muchas veces se cuelga la queja en las redes sociales, pero no se denuncia, así que lógicamente la Administración no puede actuar».

¿Qué deben hacer las mujeres en este caso? Depende del contenido del mensaje. «Hay que tener en cuenta si son repetitivos. Si te escriben y dices que no, eso no es un delito, pero sí una infracción de la protección de datos porque has utilizado la información con otra finalidad a la que tienes permiso. Si los mensajes son subidos de tono, pides que pare y él insiste, eso es acoso. Acoso con el agravante de que es un señor que ha estado en casa, que sabe a lo mejor si vives sola, conoce tus horarios… Sabe muchos más datos que un simple desconocido», concluye el jurista.

No dejarlo pasar

En este punto, la Policía recomienda seguir las vías legales. Hay que acudir a la Agencia Española de Protección de Datos en las ocasiones en las que se produce un uso indebido de esa información, pero también es importante ir a una comisaría si esto deriva en amenazas, acoso o una situación delictiva.

Patricia tenía una gotera y el techo de la habitación se vino abajo. El seguro del edificio, cerca del Retiro, mandó a un operario a mirarlo. Él entró a la habitación y ella se quedó en el salón. Cuando terminó, le dijo que si tomaban un café. Ella respondió que estaba muy ocupada, se puso nerviosa e incómoda hasta que se fue. Pero a los pocos minutos le llegó un mensaje de Whatsapp. El hombre decía que le había gustado y que habían tenido mucho feeling. Su primer pensamiento fue cuestionarse qué señales había dado ella para que él hiciera algo así. Luego le entró miedo porque sabía dónde vivía. «Estaba acojonada». Incluso una compañera de piso le dejó durante un tiempo un espray antivioladores. «No se sentía segura al volver o salir de casa».

A algunas mujeres les ha pasado en más de una ocasión, en diferentes etapas. María puso la línea de teléfono en Lavapiés en el 2008, y esa misma tarde el instalador le escribió para tomar algo. «Cuando te pasa algo así, analizas tu comportamiento, piensas si fuiste demasiado amable, caes en prejuicios», explica. Para Adelina Rodríguez Pacios, socióloga especialista en género en la Universidad de León, esta sensación de culpa todavía es muy normal entre las mujeres. «Los movimientos como #MeToo vienen muy bien para identificarse, pero no es suficiente. Todavía hay mucha culpa y vergüenza», subraya.

Cuando María vio el mensaje, bloqueó el contacto y se guardó el albarán por si intentaba cualquier cosa. «Me dio miedo porque vivía sola. Que este señor sepa dónde vivo… No estaba la cosa como ahora, que te pasa y te envalentonas y contestas porque te sientes arropada, reaccionas de forma muy diferente». Le volvió a pasar hace unos meses con un servicio de paquetería, y lo vivió de diferente manera, con más valentía.

Más concienciación

Como explica Rodríguez Pacios, las mujeres tienen mucha más conciencia del acoso. «Afortunadamente, ahora reflexionan sobre prácticas muy habituales que han pasado desapercibidas a lo largo del tiempo. Por desgracia, ha sido a base de casos de repercusión, pero han ayudado a que todas estas cosas que parecían tan normales las veamos diferente. Las mujeres han dicho basta», subraya la socióloga.