La comparecencia de la ministra de Sanidad para explicar el primer caso mundial de contagio del virus ébola fuera del continente africano no tranquilizó a nadie. ¿Por qué? En primer lugar, faltaba la presencia de expertos de indudable prestigio (las batas blancas) que con su rigor científico dieran verosimilitud a las evidencias clínicas conocidas hasta ahora: es decir, la bajísima probabilidad de que se produzca en España una epidemia de ébola. Los mecanismos específicos de contagio, de enfermo declarado a personas sanas, sin la existencia de portadores sanos, así lo ratifican.

La explicación de este contagio se debe buscar, pues, en un probable fallo en el protocolo de seguridad . Desde el punto de vista del contagio, estos son unos enfermos muy peligrosos para terceros, muy especialmente para el personal sanitario que los cuida. En este sentido, la vigilancia epidemiológica de los sanitarios que tuvieron contacto con el enfermo parece claramente insuficiente. ¿Eran controlados a diario los aproximadamente 30 sanitarios que cuidaron al paciente que había muerto? ¿Existía un punto o mando de vigilancia epidemiológica del Hospital Carlos III? Obviamente, no es mi intención, ni mis conocimientos me lo permiten, profundizar en el análisis clínico y epidemiológico del caso.

En segundo lugar, y para subrayar aún más lo antedicho, en la comparecencia del Gobierno faltó también el anuncio solemne de una revisión del caso y del protocolo aplicado, a cargo de un equipo médico distinto del que ideó y aplicó el citado protocolo. Las sociedades informadas de hoy reclaman, con razón, información seria y científica si el problema, como es el caso, es estrictamente científico. No quieren oír jaculatorias político-administrativas del tipo ñtodo está bajo control, todo se ha hecho bien, no pasará nada...O. La mera gesticulación política no sirve para los casos donde la realidad biológica subyacente terminará desmintiendo y/o corrigiendo más tarde o más temprano las afirmaciones ideologizadas del político.

La salud y el sistema de protección y fomento de la sanidad son hoy unos bienes ampliamente demandados y deseados. El primer contagio de ébola fuera de África es importante, pero en ningún caso es alarmante, y yo también quiero subrayarlo. La población tiene todo el derecho a saberlo, pero estaría más tranquila si la información recibida procediera de un sistema sanitario no sometido a la vigilancia y las embestidas neoliberales de los últimos tiempos sino de uno congruente, en medios y recursos, con lo que la comunidad de batas blancas viene reclamando y denunciando, precisamente, en Madrid. Parece, pues, que la tan criticada cuando no ignorada marea blanca no iba nada desencaminada en sus propuestas. Afortunadamente, el derecho a la salud está interiorizado por la mayoría de la población como un derecho fundamental al que deben acompasarse las políticas de los gobiernos. Ignorarlo es, además de injusto e insolidario, el camino más corto para perder el apoyo de la ciudadanía.