Esas preguntas inundan las redes sociales chinas. "¿Podrás hacerlo? ¿Lo entiendes?". Son las que remataban el documento con el que la policía le exigió al doctor Li Wenliang que no perseverara en sus "rumores" sobre una nueva epidemia. "Lo entiendo", escribió junto a su rúbrica. Y, desde que un comunicado del Hospital Central de Wuhan certificó la pasada madrugada su tránsito de héroe a mártir, sirven tanto de homenaje popular como de exigencia de libertad de expresión.

La muerte del doctor por el coronavirus sobre el que dio la alarma ha colocado al Gobierno ante una imprevista crisis social y política que se solapa con la sanitaria. No hay precedentes en las redes sociales de esta inundación de indignación y pesadumbre contra el que Pekín achica agua. Hacia Wuhan ha enviado a la Comisión Nacional de Supervisión para averiguar por qué la policía reprendió a ocho médicos que alertaron sobre el nuevo virus. No hay precedentes de que el poderoso órgano con el que el partido limpia sus manzanas podridas se mueva por un oftalmólogo.

La paradoja es que las exigencias de libertad de expresión llegan cuando Pekín la había permitido en magnitudes desacostumbradas. Pekín aprendió las lecciones del SARS. Su calamitosa gestión de aquella epidemia, que dejó 800 muertos en todo el mundo, la empujó a la ignominia global y prometió enmendarse. La Organización Mundial de la Salud (OMS), la revista 'The Lancet' y el gremio de científicos han aplaudido su resuelta y transparente reacción al coronavirus de Wuhan: la secuenciación del patógeno en dos semanas, los datos diarios sobre la evolución de la epidemia, la construcción de dos hospitales en un par de semanas, la cuarentena sobre 50 millones de habitantes Pero a medida que se profundizaba en lo ocurrido en Wuhan durante los primeros días, se asentaba la certeza de que el mismo sistema que faculta la reacción briosa también ayudó con sus viejos vicios a la fortaleza del virus.

Las lecciones del SARS

Los chinos recuerdan que su Gobierno escondía la epidemia del SARS bajo la alfombra cuando ya se acumulaban los muertos. El compromiso de transparencia actual no ha sido tibio: el Tribunal Supremo Popular ha reprendido a los policías que amenazaron a los médicos, han sido castigados decenas de funcionarios y Pekín permitió la manga ancha informativa. Por las redes sociales circulan sin bridas los videos de ciudadanos que muestran los hospitales desbordados, los cadáveres en bolsas, los médicos exhaustos y la falta de mascarillas. Pekín también dio carta blanca a los medios para que desnudaran las tropelías de los funcionarios locales. Ocurrió ya en el 2015 para someter al escarnio público a los de la ciudad de Tianjin tras una gran explosión química que mató a 164 personas. Ninguno ha salido peor parado que el alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang. Es cierto que, como adujo, el sistema jerárquico vertical no estimula el flujo de información, pero es menos disculpable que silenciara la transmisión entre humanos del virus u organizara cenas multitudinarias en espacios cerrados tras los primeros casos.

La prensa nacional se ha lanzado con ímpetu al escándalo, desde el oficialista 'Global Times' hasta los medios privados. Se han disfrutado coberturas ejemplares que incluyen desde historias humanas a denuncias de chanchullos varios como las mascarillas que la Cruz Roja de China debía entregar a los doctores y acabaron en manos de los funcionarios del partido. Medios como el prestigioso 'Caixin' han destinado a docenas de periodistas para detallar cómo el gobierno local demoró las medidas hasta lo irresponsable. La publicación 'Caijing' desveló que la falta de camas obliga a rechazar a muchos enfermos, obligados a guardar cuarentena en sus domicilios, y que sus muertes escapan a las estadísticas.

Ya ha cambiado el viento. El presidente, Xi Jinping, pidió esta semana que se fortalezca el control de los medios. El reportaje de 'Caijing' ha sido borrado de las redes y el Departamento de Propaganda ha enviado 300 periodistas a la región para que emitan información más ortodoxa. Quizá los medios chinos fueron más lejos de lo previsto, quizá Pekín temía que el odio no terminara en el gobierno local o quizá el experimento fue aprobado con fecha de caducidad. A medida que pasaba el tiempo y que el número de infectados crecía, han aumentado las críticas sobre el control de la información y la propaganda, así que el Gobierno ha empezado a tomar medidas drásticas y promover sólo la cobertura positiva () Hace lo que puede para controlar la narrativa y su éxito dependerá en gran parte de lo rápido que pueda atajar la expansión del virus, señala Stanley Rosen, profesor de Ciencia Política en el Instituto Estados Unidos-China de la Universidad de South Carolina.

"Nos dan instrucciones"

Lo corrobora por teléfono una periodista de Wuhan que exige el anonimato. Nos dan instrucciones para que escribamos sobre aspectos positivos como la rápida construcción de los hospitales, los heroicos esfuerzos de los médicos o las donaciones populares. Ha recibido esta mañana la última de las muchas notificaciones de su director, con ese lenguaje gaseoso y alambicado que no aclara de qué no pueden hablar, pero que le permitirá tanto castigar al periodista como justificarse ante el gobierno local. Esas instrucciones metaforizan las disfunciones de un sistema en el que los funcionarios están más preocupados por la salvación personal que por solucionar problemas. Li es el heroico contrapunto a esa maquinaria fría, paquidérmica y mohosa, que desincentiva la transparencia aún cuando desde arriba se ordena lo contrario.

El episodio sugiere una colisión inminente entre una sociedad que exige la libertad de expresión y un Gobierno que acaba de comprobar los riesgos de concederla incluso en dosis medidas. No son previsibles más ventanas porque de estas situaciones saca sus conclusiones un Gobierno instalado en el método prueba-error desde la apertura económica. Tampoco es previsible que esas vigorosas reclamaciones sobrevivan al recuerdo de Li porque muchos chinos comparten con su Gobierno la prioridad de la estabilidad social y asocian la libertad de expresión al caos. El doctor Li ha ingresado en el santoral popular pero es dudoso que su nombre se asocie a la revolución que muchos expertos occidentales vaticinan hoy.