Ricardo García Vilanova fue el primer fotógrafo que llegó a Siria. Así trabaja él, buscando el sitio donde no hay nadie. Con una larga trayectoria en zonas de conflicto (Siria, Libia, Irak, Afganistán...), el galardonado fotoperiodista barcelonés expone una pequeña selección de su trabajo en la muestra 'Creadors de consciència, 40 fotògrafs compromesos' que llevan a cabo el Palau Robert y DKV en el edificio del paseo de Gràcia.

-He leído que su primera cámara fue una Kodak Retina. Y que se la dio su abuelo cuando tenía 14 años.

-Sí, el tema de la fotografía yo creo que nace en ese momento, cuando mi abuelo me regala esa cámara. A partir de ahí empiezo a indagar qué es eso de la fotografía, y me produce fascinación. Lo que pasa es que en ese momento sabes que quieres fotografiar cosas, pero no sabes exactamente qué, cómo o cuándo.

-¿Cuándo descubre eso?

-Cuando veo ‘El Tercer hombre’, de Carol Reed. Entonces descubro un universo paralelo, una Viena de posguerra fantasmagórica y decadente que a nivel fotográfico me fascina. A partir de ahí empiezo con esto de la fotografía pero desde la perspectiva de la fotografía de calle, ambientes, lugares. Después, cuando empiezo los estudios universitarios me empiezo a interesar por el tema humanístico.

-¿Cómo y cuándo decidió que le interesaba fotografiar la guerra, el conflicto?

-Hubo varios factores. Para empezar hay un factor histórico o antropológico que tiene que ver con que todos los cambios importantes de este mundo lamentablemente se han resuelto con violencia. Tenemos esa parte primaria que simplemente llegamos a controlar, pero que cuando las guerras empiezan, desaparece. Luego está la parte de tratar de entender, y luego, la de sensibilizar, mostrar esas problemáticas que siempre van mucho más allá de lo que vemos aquí.

-El primer gran conflicto en el que trabajó, ¿se correspondía con las ideas que llevaba?

-Era totalmente lo que yo pensaba, era el absoluto caos, la absoluta deshumanización. Aunque por otro lado ves actitudes altruistas, de gente que es capaz de hacer todo por ayudar al prójimo, lo que te ayuda a ver la parte buena del ser humano. Te equilibra con respecto a la parte oscura.

-Tengo entendido que el trabajo de 'freelance' está muy complicado.

-Está terminado, extinguido, ya no se puede vivir de eso. Yo he tenido la suerte de coger las dos partes, las dos vertientes de la profesión: justo antes del 2011, cuando se podía vivir decentemente siendo un 'freelance', y después, desde el punto de inflexión que fue ese año a esta parte, en que lamentablemente ya no es factible.

-¿Qué ocurrió en el 2011?

-En el 2011 ocurre que matan a dos fotógrafos, Tim Hetherington y Chris Hondros en la batalla de Misrata en Libia, y a partir de ahí todos los medios, sobre todo los americanos, que era con los que yo trabajaba básicamente, establecen unas nuevas reglas de colaboración con los 'freelance'. Antes invertían dinero y te daban una seguridad que a partir del 2011 no tienes.

-¿Le quitan el paraguas?

-Sí, en cierto modo te quitan el paraguas. De hecho, solo hay un gran medio americano que sigue apostando por las coberturas de uno, dos o tres meses. El resto de los medios hacen coberturas pequeñas, de una semana, pocos días. O cogen fotos de agencias para ilustrar las noticias, y las coberturas han desaparecido casi totalmente. Para que se haga una idea, lo que me pagaban a mí por día antes del 2011 en una zona de conflicto es la mitad de lo que pagan ahora por una galería de fotos, que se hace en varios días o incluso en varias semanas. Trabajar en una zona de conflicto cuesta 500 dólares al día. Si te pagan 800, 1.000 o 1.200 dólares por una galería entera, y estás 20 días o un mes para hacerla, difícilmente vas a equilibrar gastos.

-¿Ha tenido que cambiar su modo de trabajar?

-Por supuesto. Yo ya no vivo de la fotografía, vivo de hacer vídeos, trabajo para televisión, y con lo que saco de hacer televisión luego gestiono las fotografías, con la suerte de saber que no necesito venderlas. Aunque a veces te equivocas y pierdes dinero, al menos tienes una ventana abierta para seguir trabajando en lo que quieres sin presión.

-O sea, que de todos modos sigue teniendo prelación la fotografía.

-Yo soy fotógrafo, y aunque sé que no va a ser así, me gustaría seguir siéndolo durante muchos años más. Pero es una profesión en vías de extinción.

-Dígame qué tiene la imagen fija que no tiene la imagen en movimiento.

-A mí me gusta más la fotografía porque es un instante, y si consigues que ese instante quede grabado en la retina del espectador, eso ya marca una diferencia. Estamos bombardeados día a día por montones de imágenes, y nuestro objetivo como fotoperiodistas es ser capaces de que el espectador retenga esa imagen, no como imagen sino como información: la problemática, la historia, lo que esa imagen concentra.

-¿Cuál es la línea roja que no cruza cuando va a hacer una foto?

-Para mí la línea roja es la foto que no me gustaría que me hicieran si yo fuera el protagonista de la imagen, de la escena, de la historia. Hay que tener en cuenta que eso está condicionado por factores culturales, sociales y religiosos. Cuando estoy en los países de Oriente Próximo veo que ellos no tienen límites, hacen fotografías de cualquier tipo, pero no porque no tengan límites morales, todo lo contrario, sino porque consideran que si eso pasa, hay que mostrarlo. Yo estoy de acuerdo con eso. El conflicto es lo que es y hay que mostrarlo.

-Trabaja con un gran angular. Tiene que estar ahí, encima.

-Creo que el gran angular lo que hace es aproximarte a la escena, te da esa proximidad y te envuelve en el contexto. Un teleobjetivo, en cambio, lo que hace es aplanarte la imagen. Capa contaba en un libro que en la segunda guerra mundial estaba en una base de bombarderos ingleses y de repente llegó un bombardero hecho polvo, con una tripulación en la que había heridos y muertos. Él se puso a hacer fotos, y alguien de la tripulación se le encaró y le dijo que era un carroñero por hacer eso. Al día siguiente él se metió en medio de los bombardeos, pensando: ‘Si ahora yo estoy aquí asumo los mismos riesgos que asumen ellos, por lo tanto nadie me podrá decir nada’. Yo creo que esa es un poco la filosofía del gran angular, ganarte el respeto de la gente. Porque cuanto más estás ahí y más cerca estás, más vas a hacer para que ellos olviden que eres un elemento ajeno.

-Estuvo secuestrado en Siria y ha dicho que fue una circunstancia que forma parte de su trabajo. ¿Arriesgar la vida forma parte de su trabajo?

-Sí, yo creo que debemos ser honestos con nosotros mismos si nos queremos dedicar a esta labor. A mí no me gusta la posición del fotoperiodista victimista, yo creo que nosotros somos transmisores de historias y lo que tenemos que hacer es transmitir historias. Si lo que siente o le ocurre a un fotógrafo en un momento determinado va a pisar lo que es la propia historia, es deleznable, no me interesa ese modelo periodístico.

-¿Tiene previsto volver a Siria?

-Mire, llevo 8 años trabajando con el tema del Estado Islámico, Libia, Siria, y creo que ese periodo para mí ha terminado. A día de hoy ya no puedo aportar nada más. A menos que haya algo puntual, algo que realmente… Pero es que lo de Siria se ha terminado. Lamentablemente, el desenlace de la guerra después de medio millón de personas asesinadas -estoy seguro de que son muchas más- y aproximadamente 6 millones de refugiados, es un país desestructurado y una revolución que no sirvió absolutamente para nada.

-'Creadors de consciència, 40 fotògrafs compromesos'. ¿Qué opina de la exposición?

-Opino que realmente a esta gente hay que estarles agradecidos. Es que no existe nada en España, nadie gestiona becas, nadie gestiona exposiciones, nada. Para mí este proyecto es muy gratificante. Este tipo de apuestas son necesarias.