Prohibido sentarse en ninguno de los 135 escalones de la plaza de España, en el centro de Roma. Después de larguísimos debates y un millón y medio de euros para su restauración, pagada por donantes privados, el ayuntamiento que dirigen los antisistema del Movimiento 5 Estrellas ha decidido sancionar a aquellos que infrinjan la nueva norma para proteger la famosa escalinata construida en el siglo XVIII por el arquitecto De Sanctis.

Sentarse, comer, beber y, ahora, acampar en este monumento declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco acarreará una multa de entre 150 y 400 euros. Ocho guardias municipales políglotas y silbato en mano imponen el cumplimiento de una ordenanza, que unos alaban y otros consideran excesiva.

OPINIONES ENCONTRADAS

«Finalmente se impone el decoro en la ciudad», sostiene Gianni Battistoni, presidente de la asociación Via Codotti, la calle que desemboca frente a la escalinata. Es una prohibición «excesiva y casi fascista», afirma el crítico de arte Vittorio Sgarbi. «Pretender sentarse en los escalones del siglo XVIII equivale a entrar en un museo y tumbarse sobre una escultura», añade Battistoni.

Además de la plaza de España, la orden municipal se extiende también a todos los monumentos de la capital, como por ejemplo la Fontana di Trevi, y también prohíbe acceder a lugares públicos con vestimenta, dicen, «indecente».

La escalinata, que comunica dos barrios, no es la Venus de Milo, aunque tampoco un prado de las periferias, lo que lleva a ciudadanos y administradores a una difícil disyuntiva. Una de las ideas recurrentes es el cierre nocturno, que podría constituir una solución de compromiso entre críticos y entusiastas de la prohibición. Habrían ahorrado trabajo al tropel de restauradoras que «sacaron de todo» de los escalones y cuando dijeron «de todo» no exageraban.

Algunos comerciantes y operadores turísticos no están de acuerdo con la medida porque, insisten, «aleja a los turistas», según Claudio Pica, presidente de Confesercenti. El presidente de la Federación de albergues, Giuseppe Roscioli, afirma que «es una exageración».