Siempre resulta difícil establecer el nacimiento de una corriente musical, pero hace ya casi 40 años -sí, 40 años!- que la Comunidad Valenciana se lanzó de manera definitiva en brazos del hedonismo discotequero, creando un estilo propio que rivalizó con las mejores salas de baile de Ibiza o Barcelona, y que en menos de una década quedó convertido en otra cosa, muy diferente y asociado para siempre a la "ruta del bakalao", la lacra que acabó marcando para siempre el ocio nocturno valenciano.

Según la leyenda urbana, el nombre de "bakalao" deriva de la expresión "esto es bakalao del bueno" en referencia a un tema musical "destroy". Y la ruta no era otra cosa que un circuito de discotecas que iba encadenando horarios, lo que permitía, en muchos casos drogas mediante, pasar todo el fin de semana (en ocasiones de jueves a lunes) de fiesta continua. En un principio en la carretera costera de El Saler, en Valencia, pero el fenómeno se propagó también a Alicante, donde años después llegó a acuñarse el nombre de "la ruta de la alcachofa". Discotecas como APTCE (San Vicente), Terapia (El Rebolledo) Sakkara (Guardamar del Segura), KKO y Hook (Torrevieja) Metro (Bigastro), Vatios -que después pasaría a ser Revival- (Los Montesinos), Central Rock (Almoradí), Skandalo (Callosa d'En Sarrià) y El Límite (Santomera, Murcia), entre otras, fueron los principales templos "bakalaeros" de los alicantinos. (Nota: Los enlaces de cada discoteca remiten a vídeos y/o música de los años 90).

Los cierres de algunos de estos santuarios de la música electrónica, como Revival, sumados a la clausura de Puzzle en Valencia en octubre de 2011, han ido borrado prácticamente todo rastro del mismo. Únicamente algunas supervivientes, como Central Rock, popularmente llamada "la Céntral", y las fiestas "remember", que durante los últimos tiempos han congregado en distintas discotecas a nostálgicos de la música "bakala" de los 90, mantienen vivo el recuerdo.

Los entonces protagonistas de aquel movimiento juvenil son hoy padres que asisten a nuevas formas de ocio nocturno en sus hijos. So riesgo de caer en la generalización, lo cierto es que esta nueva generación ha enarbolado el botellón en la calle o el tardeo frente al gusto de sus progenitores por las discotecas.

Pero antes de que la ruta del bakalao se acabara autofagocitando al ritmo que marcaban las crónicas de sucesos, hubo algo muy diferente. Una manera de entender la noche que convirtió a la Comunidad Valenciana en un centro de atracción moderno que rivalizaba con la "movida" madrileña, y que de hecho vio pasar por sus salas a algunos de sus protagonistas, como Almodóvar o Alaska.

El documental "72 h ...Y Valencia fue la ciudad", lanzado hace ya bastantes años, recuperaba la esencia de aquellos años ochenta, de la mano de dos personas que la vivieron de primera mano, Óscar Montón y Juan Carlos García: "Durante cerca de una década tuvimos una productora que grababa cada semana en las discotecas de referencia, en Spook Factory, Barraca, Chocolate... Llegó un momento en el que pensamos que todo aquel material daba para un documental, uniéndolo a declaraciones de quienes vivieron aquello".

Enrique Bunbury, Loquillo o Rafa Sánchez opinaron también sobre aquellos años, que consideran irrepetibles, y que sirvieron «para que la gente se diese cuenta de que en Valencia estaba ocurriendo algo que no pasaba en ningún otro lugar de España». Bunbury reconoce que había que viajar a Valencia para ver a algunos grupos que no actuaban en otro sitio, y que sin embargo allí congregaban a centenares de seguidores. Décadas después, es un fenómeno que sigue vivo de la mano de The Cult, The Mission, Alien Sex Fiend... nombres asociados para siempre a la «movida» valenciana, no tan popular como la madrileña, pero que sin duda supo sacar todo el jugo a su carácter casi underground.

Coincidiendo con la salida al mercado de ese DVD, se editó también un disco que lo acompaña, y que recuperaba las canciones de aquel fenómeno. En "72 horas. La ruta a Valencia" conviven Nitzer Ebb, Front 242 y Anne Clark con Megabeat y Chimo Bayo. Los ochenta y los noventa. La época de crecimiento y la de esplendor de un fenómeno que quedará para siempre asociado a los reportajes tremendistas, pero que dio mucho de sí antes de que se convirtiera en un producto de consumo masivo.

Pero ¿en qué consistió? ¿Cuál fue la clave del éxito? Resulta imposible entender aquel auge sin situarse en la Valencia de principios de los ochenta. En una ciudad que luchaba por quitarse de encima los años oscuros de la dictadura, y que aún no había llegado al nivel de cosmopolitismo de Barcelona o Madrid, pero que tenía su propio plan. En aquellos años, la renovación estética y social no sólo llegó a los vestidos y los peinados, sino también al concepto mismo de las discotecas.

Como aseguraba el periodista valenciano Joan M. Oleaque en su ensayo "En èxtasi", el estudio más completo del fenómeno de la "ruta" realizado hasta la fecha, "en este país, bailar nunca había sido cosa de hombres. Su lugar era generalmente la barra, viendo bailar a las mujeres. Pero en Valencia todo aquello cambió". De las tradicionales discotecas de finales de los setenta, que se limitaban a pinchar los éxitos del momento, se pasó a un nuevo concepto, cercano a lo que ahora se conoce como "club". Un entorno exclusivo en el que cabían todas las tribus urbanas, desde pijos a rockers, y en el que todos acabaron uniéndose por una misma filosofía.

No cabe duda de que la música fue la chispa que lo encendió todo. Desde 1980 Carlos Simó estaba al frente de la cabina de Barraca, aplicando la máxima que haría grande a la "fiesta": mezclar los ritmos bailables con otros que en principio no lo eran en absoluto. En 1984 se unía Spook Factory a la idea, de la mano de Fran Lenaers, y de manera paralela, Chocolate, con Javi Gitano en los platos. Quedaba constituida la "santísima trinidad" de las discotecas valencianas, cada una con su estilo, pero con una filosofía común, resumida de manera muy escueta por los hermanos Auserón, de Radio Futura: "Lo que pasaba en Valencia no pasaba en ningún otro sitio. Mezclar los temas bailables con las canciones más tristes de The Cure era toda una osadía". Barraca, además, rompió moldes al comenzar a abrir los domingos a las 6 de la mañana, algo que entonces no ocurría en ningún otro sitio.

De la mano de Lenaers llegó otra innovación como fue la incorporación de la mesa de mezclas y los dos platos en las cabinas, con el inicio de la técnica de mezclar temas.

Toda aquella apuesta arriesgada pronto atrajo a los valencianos más inquietos, y a músicos, artistas, diseñadores... Todos unidos alrededor de un cóctel único, en el que cabían grupos aparentemente irreconciliables: de The Human League a Ramones; de Tom Waits a The Sisters of Mercy, y así continuamente, enganchando a un público cada vez más numeroso e implicado, que encontró en el "sonido Valencia" su religión, y en la mescalina, la droga de moda, el vehículo con el que dejarse llevar hasta el límite.

Al calor de todo el fenómeno fueron surgiendo multitud de productoras musicales en la Comunidad Valenciana, sobre todo en Valencia, ciudad que llegó a acoger ella sola más sellos discográficos que el resto del país.

Noches eternas, de 72 horas de duración, como las que dan título al documental, y que dieron el inicio a una leyenda que hizo que, con los años, Valencia se comparara con Manchester, por su capacidad para crear un sonido propio partiendo de la nada. Como recordaba recientemente Fran Lenaers, uno de los "padres" del fenómeno, "el público era el principal motor de la fiesta, y la música era mucho más variada de la que se escucha actualmente en las discotecas. Ahora se escuchan temas hechos por productores directamente para bailar, pero entonces no era necesariamente así. Se pinchaba música que inicialmente no estaba concebida para bailar, pero el público se acababa adaptando a ella".

La huida

La fórmula funcionó durante años, pero también llevaba implícita su propia autodestrucción. Las circunstancias obligaban a los DJs a ser cada vez más creativos, a seguir ahondando en un concepto de mezclas que en muchos casos ya no daba más de sí. El público esperaba ser sorprendido constantemente, y además comenzaba a acudir en masa y a convertir las discotecas en algo más que un pequeño secreto compartido. Como recuerdan Montón y García, "hubo un momento en el que la fiesta se trasladó al parking. En las discotecas ya no había 600 personas, sino miles, y además comenzaban a salir discotecas por doquier. Y llegó una nueva generación, con otros gustos y otras drogas".

Y el cuento se acabó. A principios de los noventa, pocas eran las salas que mantenían la esencia, y sin embargo el número de negocios había crecido como la espuma. Era la época de Espiral, Puzzle, Heaven, Zona, Límite Local, N.O.D. o ACTV (cuyo nombre completo era Actividades Culturales de Termas de Victoria), y por supuesto de las clásicas, Barraca, Spook y Chocolate, que mantenían sus sesiones, pero que poco a poco fueron avanzando hacia un estilo más duro.

Chimo Bayo triunfaba en todo el mundo con "Así me gusta a mí", recogiendo los frutos de muchos años pinchando en Arsenal, otro de los lugares de peregrinaje. Se editaban discos y la gente venía en masa desde toda España a comprar camisetas, gorras, pegatinas...

Pero no fue el único en saborear el éxito. Otros grupos, como Double Vision, también llegaron a saltar nuestras fronteras.

Prácticamente todos los jóvenes valencianos sabían lo que se cocía a pocos kilómetros de distancia de sus casas y, sin embargo, la esencia de la fiesta ya hacía tiempo que se había perdido para siempre.

La llegada de una nueva generación de jóvenes y de disc jockeys acabó engullendo el estilo forjado en los ochenta. Los Lenaers, Simó y compañía fueron dejando el lugar a los nuevos iconos de la fiesta: el propio Chimo Bayo, Kike Jaén o José Conca cambiaron, poco a poco, la manera de entender una sesión. Los ritmos se fueron endureciendo, compaginándose con las llamadas "cantaditas" o "pastelitos" con una etapa en la que muchos productores se dedicaron ya de manera exclusiva a la creación de hits para las pistas de baile.

Se acabó lo de la música "para no bailar". "El plan era empezar la sesión de manera brutal desde el principio, y no hacer pensar mucho a la peña", reconoce uno de los DJs de aquella época en la que, como pasa siempre, otras ciudades habían aprendido a sacarle partido al fenómeno. Con los noventa, la mákina se fue a vivir a Barcelona, y la Comunidad perdió para siempre la hegemonía, despidiendo su única época de esplendor.

Los numerosos accidentes de tráfico tras las inagotables sesiones de fiesta, con las consiguientes víctimas mortales, llamaron, lógicamente, la atención mediática sobre este fenómeno ya en vías de degeneración.

La "ruta del bakalao", finalmente, ha quedado grabada en la memoria colectiva con la imagen de jóvenes desenfrenados a golpe de drogas y alcohol, olvidando completamente lo que supuso en sus inicios, como muestra este documental de Canal Plus emitido en 1993 y presentado por un imberbe Carles Francino: