“Cada día se vio sanar a un gran número de personas que habían estado realmente enfermas. Entonces se hizo presente una temeraria valentía; la gente se despreocupó de sí misma y de la infección, hasta el extremo de no prestar a esta más atención que la que se concede a una fiebre cualquiera. […] La temeridad impidió que los decesos disminuyeran con la rapidez con que deberían haberlo hecho. […] El pueblo corría hacia el peligro, abandonando precauciones y cuidados, confiado en que la enfermedad no lo alcanzaría, o por lo menos no sería ya mortal”.

Este fragmento de la novela 'Diario del año de la peste', que Daniel Defoe (el autor de 'Robinson Crusoe') escribió sobre la plaga de peste bubónica que en 1665 asoló la ciudad de Londres, ilustra la necesidad de las personas de volver a la normalidad después de haber visto sacudida su forma de vida, como un muelle elástico que vuelve a su posición original tras aplicarle una fuerte presión.

Tras revisar documentos históricos y testimonios literarios como el de Defoe, el sociólogo Pablo Santoro, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, admite que ya no tiene tan claro que las relaciones sociales vayan a sufrir cambios radicales, al menos tal y como podríamos preverlos hoy: “Ahora estamos en el vórtice del momento, pensando en posibles cambios que podrían tener un alcance histórico, pero a lo mejor no cambian tanto las cosas”, afirma con prudencia.

Similitudes

Santoro pone como ejemplo la crisis financiera de 2008: “Durante dos meses se pensó que se iba refundar el capitalismo y lo que pasó fue lo contrario de lo que se esperaba. En la sociología de los procesos históricos existe el concepto de 'consecuencias no intencionales' de la acción humana. A menudo, pensamos y actuamos para que cambien determinados aspectos de lo social y al final lo que cambia es otra cosa que nadie esperaba”.

Tanto la gestión política como la reacción social en la crisis del coronavirus guarda asombrosas similitudes con pandemias históricas como la peste del siglo XIV o la gripe de 1918, pero hay una gran diferencia: las tecnologías de la comunicación. La expansión del virus ha desbordado el sistema sanitario y la economía, pero en cambio la tecnología no solo ha resistido, sino que el contexto ha acelerado un proceso que ya estaba en marcha y que tiene efectos directos sobre las conductas sociales. El confinamiento del siglo XXI es físico, pero la ciudadanía (o gran parte de ella) ha podido seguir relacionándose y trabajando en línea.

Según se ha publicado en la revista norteamericana The Atlantic, la cuarentena de la pandemia de gripe de 1918, que causó entre 50 y 100 millones de muertos, se sufrió mayoritariamente en privado: “Ante la imposibilidad de apoyarse en los vecinos y los amigos, la gente experimentó la crisis en la soledad de sus casas, con las ventanas cerradas […] En algunos casos, estos sentimientos individuales erosionaron los fuertes lazos comunitarios”. Según esta publicación, cuando la enfermedad dejó de extenderse “la atención pública viró rápidamente hacia la primera guerra mundial, socavando los rituales catárticos que las sociedades necesitan para superar los traumas colectivos”.

Las víctimas

Si en 1918, la población más afectada fueros los jóvenes y adultos, la mano de obra que alimentaba el capitalismo a base de dejarse la salud en las fábricas, en 2020 las víctimas han sido sobre todo las personas mayores, improductivas para el sistema. Muchas residencias y centros sociosanitarios de gestión opaca se han convertido en caldo de cultivo de un virus oportunista.

“Todas las epidemias sacan a la luz las insuficiencias del sistema social --afirma Jorge Molero-Mesa, coordinador de la Unidad de Historia de la Medicina de la Universidad Autónoma de Barcelona--. En la Edad Media no se entiende la caída del sistema feudal si no es por la epidemia de la peste, que favoreció que todos los recursos estuvieran en pocas manos, y en el siglo XIX la epidemia de cólera sacó a la luz la desigualdad social que genera el sistema capitalista porque se dieron cuenta de que mataba básicamente a los pobres”.

Tras la debacle de 1918, en España se diseñó un plan de reformas socioeconómicas y sanitarias que solo se ejecutó parcialmente. Si se consiguieron algunas mejoras, en cuanto al retiro obrero o la jornada laboral, fue gracias a la movilización popular sostenida. El tiempo dirá si la durísima experiencia del coronavirus permanece en la memoria lo suficiente para forzar profundas mejoras sociales o si la atención pública será derivada hacia un nuevo foco y esta crisis pasará a ser otra muesca en la historia de la civilización.