Vivir solo no es siempre un estado que nos produzca bienestar en la totalidad del tiempo. Muchas personas, saben que a nivel general lo necesitan, pero procuran no pasar mucho tiempo en casa. Lo compaginan con el trabajo, la vida social, los viajes y solo pequeños momentos de tranquilidad. Cuando, por las circunstancias que sean, nos vemos obligados a estar más tiempo del que nos gustaría, no lo llevamos bien, y pueden aparecer estados emocionales negativos que nos lo hagan todo más difícil. Sin embargo, es una buena oportunidad para profundizar en el conocimiento de nosotros mismos, la mejora de la gestión emocional o un mayor incremento de nuestra autoestima.

La soledad es un estado totalmente neutro al que cada personal le otorga un valor, dependiendo de su relación consigo mismo. Unas personas lo viven como algo dramático a lo que no se quieren enfrentar, mientras que otras la buscan de forma frecuente y la disfrutan en su totalidad. Nuestra autoestima marca esa diferencia y puede utilizarse a la inversa: puedo mediante la soledad mejorar mi autoconcepto y mi valoración personal.

QUERERSE DESDE EL SOFÁ

Cuando pensamos en la influencia de la autoestima en nuestra vida personal, lo asociamos a cómo nos relacionamos con los demás, los vínculos que generamos, el éxito profesional que tenemos o el tipo de entorno que construimos. Lo hacemos desde vernos en los demás, en lo externo, cuando el paso principal es saber observarse y cuidar la forma que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos. La mejor forma que tenemos de comprobar cómo es dicha relación o de mejorarla es a través de la soledad, cuando no nos queda más remedio que enfrentarnos a nosotros. Es aquí donde se pone a prueba esa autoestima y también donde podría trabajarse.

La soledad es el estado en el que nos miramos a nosotros y decidimos cómo vamos a pasar esas horas. Puede ser fuente de malestar o bienestar, dependiendo de nuestra autoestima, pero también es el vehículo que nos llevará a querernos más. Las siguientes pautas nos ayudarán a ello:

1. Lista de placeres

¿Cuáles son todas aquellas cosas que no podemos hacer con otras personas? En muchos casos, nuestros amigos o nuestra pareja no comparten la totalidad de nuestros gustos y podemos en la soledad tener la ocasión de hacer aquello que tenemos pendiente. Ver determinadas películas, buscar foros temáticos o dedicarnos a una afición son caminos por los que empezar.

2. Autocuidado

En este punto, tratamos de meter todas aquellas cosas que van destinadas a cuidarnos por dentro y por fuera. Realizar una actividad física, cocinar de forma sana o hacer meditación, buscan potenciar nuestra salud física y mental. La gestión emocional podríamos tenerla aparte.

3. Escuchar nuestras emociones

Podemos separar nuestro mundo emoción y trabajarlo de forma independiente ya que engloba un mundo muy amplio. La mejor forma es realizar un diario emocional, un registro de aquellas emociones que vamos sintiendo en soledad, lo que las dispara y qué hacemos para gestionarlas. Además, sería importante anotar actividades que estemos haciendo o que podamos estar omitiendo.

4. Rutinas felices

Podemos dividir nuestro día en diferentes apartados, en los cuales trabajaremos diferentes áreas. Esta rutina nos ayuda a no perder el foco sobre nosotros mismos. Podemos trabajar áreas como el deporte, la relajación, la comida saludable, el diario emocional o el placer de no hacer nada en el sofá. Todo ello con tiempos de inicio y fin relativamente marcados. Evitará pérdidas de tiempo y sensaciones de apatía.

Estar solo en casa puede ser uno de los mayores placeres si quitamos el miedo a ello y lo empezamos a gestionar de una forma diferente. Es especialmente útil cuando esta soledad sea prolongada y la persona más cercana seamos nosotros mismos. Puede aprenderse mucho y potenciarse conceptos como el de autoestima y valoración personal.

* Ángel Rull, psicólogo.