En el monte Gurugú, a un tiro de piedra de Melilla, hay un país minúsculo y clandestino, que se esconde entre los árboles y cuyos habitantes están obligados a alimentarse de las basuras. Allí viven 500 inmigrantes subsaharianos que, tras cruzar Africa persiguiendo el sueño de una vida mejor, se han estrellado contra una alambrada que les separa del primer mundo.

Ese pequeño país , que en realidad no es más que un campamento de chabolas hechas con plásticos, podría estar en la lista de estados más abandonados del planeta. Los subsaharianos que allí malviven --algunos desde hace cuatro años-- llevan una existencia miserable. Nadie les ayuda y, sin agua potable, ni medicinas, ni las mínimas condiciones de higiene, son presa de parásitos y enfermedades.

"Vivimos como animales," exclama Raymon, un camerunés. "¡Que alguien nos ayude! No nos merecemos esto. Somos inmigrantes, no ladrones ni asesinos".

Muchos están heridos por los golpes que reciben de los soldados marroquís y de los guardias civiles españoles que impiden que entren en Melilla. Issa, un joven maliano, tiene la mano hinchada. "Me la aplastó un mehani (guardafronteras marroquí) con la culata de su fusil", afirma estoico, mientras por la herida infectada del dedo pulgar revolotean varias moscas azuladas.

En una chabola cercana, un joven camerunés lleva varios días enfermo y perdiendo sangre por la boca y la nariz tras caerse de espaldas de la alambrada. Además, como todo lo que comen viene de un vertedero cercano muchos sufren diarreas y fiebres. Pero, por muy mal que estén, no hay médicos ni pueden ir al hospital de Nador.

En el campamento son extremadamente vulnerables. "El mes pasado un jabalí hirió a dos nigerianos", relata Patrick, un compatriota, que explica como en invierno muchos caen enfermos a causa del frío. Pero su mayor temor son las redadas de la gendarmería marroquí. "Nos rodean, nos cazan como a animales y le prenden fuego al campamento".

Los inmigrantes se han organizado para enfrentarse a la dureza de esta vida. Se han dividido por el monte Gurugú por nacionalidades. Cada país tiene un campamento, que ellos llaman guetto. Así, hay un poblado de Nigeria, de Mali, de Camerún, de Senegal, de Guinea y del Congo. En total, hay inmigrantes de 15 de países africanos.

El campamento funciona como un organismo internacional. Cada guetto tiene un jefe y hay un liderazgo colectivo, bautizado como Presidencia de la Unión Africana, que pasa rotatoriamente.

Además, han escogido a una treintena de inmigrantes que actúan como policías. "Aquí no hay robos. Nuestro problema son las peleas, pues esta vida hace que la gente esté muy irritable", dice Edmond, un policía camerunés.

Los inmigrantes se fabrican las escaleras con que por las noches intentan saltar las dos alambradas de tres metros que protegen Melilla. "Cuando no hay nada que hacer, jugamos a fútbol, a las damas, tocamos música y cada tarde celebramos una misa", explica Edmond.

Esa vida miserable, los intentos fallidos en la alambrada, y los golpes de los guardias devastan su ánimo. "Aquí --dice Abdul, otro camerunés-- hay demasiado tiempo para pensar: piensas en cómo saltar la valla; en los camaradas muertos por el camino; en tu familia que ha puesto en tí sus esperanzas; en lo humillante que es vivir así... Piensas volverte loco".