«Sal de tu zona de confort. Sé la mejor versión de ti mismo. Nunca pares hasta que lo bueno sea mejor y lo mejor sea excelente. Y, hagas lo que hagas, no te olvides de ser feliz». Estas son tan solo algunas de las premisas que, bajo el nombre del llamado pensamiento positivo, inundan nuestro día a día. Tazas, libretas, agendas y coloridas publicaciones en las redes sociales nos recuerdan continuamente que la posibilidad de alcanzar el éxito personal está tan solo en nuestras manos. ¿Pero es esto cierto?

Son muchos, cada vez más, los profesionales que se muestran escépticos con este tipo de ideas. «El pensamiento positivo y la idea de autoayuda parten de la peligrosa premisa de que tú eres el único responsable de tu condición y que, en cierta manera, todo lo que te ocurre o te deja de ocurrir es únicamente tu culpa», argumenta Juan Carlos Siurana, profesor titular de ética en la Universidad de Valencia y autor de libros como Felicidad a golpe de autoayuda. «El problema llega cuando estos eslóganes motivacionales se utilizan para forzar a las personas a vivir en una especie de dictadura de la felicidad en la que, aunque todo vaya mal, lo importante es seguir esforzándose con una sonrisa estampada en la cara», añade.

Crueldad innecesaria

Muchos expertos han hablado del problema que suponen estos mensajes para, por ejemplo, empujar a las personas hacia determinados estándares de consumo y productividad. Otros, sin embargo, han destacado el daño que pueden causar a individuos en situaciones especialmente vulnerables. «El pensamiento positivo te desempodera como persona», sentencia la bióloga y periodista Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere, un libro que escribió tras enfrentarse a un cáncer de mama bajo la presión de su entorno para mantenerse perennemente feliz y positiva pese a las circunstancias. «Es cruel decirle a una persona que está teniendo un mal momento que sonría y deje de quejarse», argumenta la autora. Y es en circunstancias así que, según argumentan los escépticos, el pensamiento positivo puede convertirse en un arma de doble filo.

«Cuando alguien recibe un mal diagnóstico, por ejemplo de cáncer, es muy habitual que su entorno le insista en la importancia de mantenerse positivo. Esto, para una paciente, puede resultar devastador», añade Siurana. En estas situaciones, según explica el experto en ética, forzar a alguien a (aparentar) ser feliz a toda costa puede llevar al enfermo a aislarse de su entorno en los momentos de debilidad por miedo a que se le reproche su tristeza, preocupación o ansiedad. «Hay que dejar muy claro que ni las sonrisas curan, ni estar feliz es un tratamiento para una enfermedad», argumenta. «Cada emoción tiene su función y hay momentos en los que, lo quieras o no, necesitas estar triste. Es antinatural que te presionen para ser feliz siempre, las 24 horas de los 365 días del año», concluye.

Felicidad tóxica

Confiar ciegamente en los eslóganes motivacionales puede incluso iniciar un círculo autodestructivo. «El mensaje que te transmiten es que hagas lo que hagas no es suficiente. Que siempre tienes que seguir esforzándote para rendir más y más. Todo esto puede llevar a una persona hacia una nivel de exigencia y perfeccionismo extremadamente dañino», argumenta el psicólogo Daniel Palacino. «Si alguien siente que jamás logra estar a la altura de las expectativas, puede incluso caer en un profundo proceso de frustración y culpa», añade.

En ocasiones, según explica Palacino, las premisas del pensamiento positivo y los libros de autoayuda intentan plantearse como una alternativa a la terapia real. Y es aquí donde, una vez más, el paciente puede encontrarse en una situación vulnerable. «Si alguien está pasando por un mal momento y cree que necesita ayuda psicológica, lo que debería hacer es ir a un psicólogo cualificado, no confiar en mantras y frases motivacionales vacías, de las que incluso puedes encontrar impresas en una taza», reflexiona.

Hoy en día muchos argumentan que la cultura de la pensamiento positivo ha encontrado en la sociedad actual el caldo de cultivo perfecto para propagar su mensaje. «Estamos en un momento en que se intentan abordar los problemas de una manera excesivamente rápida y superficial», sentencian Lázaro Santano y Merche García-Jiménez, psicólogos del proyecto Diagnóstico Cultura. «Los contenidos de este tipo funcionan muy bien porque son fáciles de convertir en productos de mercado que se venden muy bien», concluyen los escépticos.