Miguel Pajares, el religioso español de 75 años que se infectó al cuidar del director de su hospital en Monrovia (Liberia), falleció la madrugada de ayer, cinco días después de haber sido repatriado. El cuerpo de Pajares fue incinerado en un ataúd sellado a las pocas horas. Murió solo. Nadie pudo despedirse de él. Ni siquiera hubo velatorio. Sus restos viajaron al crematorio de Villalba en un ataúd precintado con cinta de zinc. Los protocolos de seguridad para evitar contagios así lo establecen.

El fatal desenlance pilló por sorpresa a la mayoría, en especial a sus familiares, tranquilizados en los últimos días por las lacónicas informaciones transmitidas por la Orden de San Juan de Dios de que el paciente permanecía estable. El enfermo había vetado dar más detalles y cada día que pasaba era un día ganado a la enfermedad.

Tampoco hubo detalles sobre el final. Solo una fuente de los trabajadores del hospital Carlos III que lo atendieron las últimas horas contó cómo hacia las tres o las cuatro de la madrugada sufrió una parada cardiorrespiratoria, ante la cual los médicos decidieron mantenerle sedado sin intubarle. A partir de ahí empezó "el declive" hasta que un fallo de los principales órganos acabó con su vida.

LLEGÓ MUY MAL La misma fuente contó que, en realidad, el paciente "estaba muy mal" desde que llegó. "Invadido por el virus, tenía el riñón mal, padecía tifus, una dolencia cardíaca y había perdido todas la defensas". La salvación de los infectados por el virus depende en gran medida de su capacidad para generar defensas y en este caso era mínima. El nuevo medicamento, el Zmapp, es más eficaz cuanto más pronto se administra y Pajares llevaba varias semanas infectado.

"La noticia nos ha sorprendido pero creo que es un final feliz, quizás el mejor, aunque parezca una barbaridad, porque Miguel no hubiera podido estar en paz con la pena por la muerte de sus compañeros del hospital de San José", señaló Begoña Martín, una de sus primas. La orden de San Juan de Dios reconoció que estaba viviendo "un momento muy duro", aliviado solo por el alud de condolencias que desde los Reyes a Rajoy pasando por el resto de oenegés y congregaciones no dejaron de llegar en todo el día. En la habitación contigua del hospital Carlos III a la que ocupaba Pajares, sigue ingresada la hermana Juliana Bonoha. Pese a que las dos pruebas que se le han practicado han dado negativo y los médicos dan por descartado que sufra la infección, el protocolo establece una cuarentena de 21 días y este se cumplirá a rajatabla.

Una vez se le dé el alta, la Comunidad de Madrid seguirá adelante con su proyecto de reconvertir el hospital en un centro de larga y media estancia y desmantelar la unidad de infecciosos, aunque varias voces han llamado a la reflexión. UGT pidió que "a la luz de lo acontecido" el Carlos III se mantenga como "centro de referencia de enfermedades infecciosas". La repatriación de Pajares y Bonoha obligó a recuperar una instalación en fase de desmantelamiento.