«La Iglesia ha llegado tarde, tarde por la gravedad del problema, tarde en asumir sus responsabilidades», ha escrito esta semana el Papa. Cuando fue elegido en el 2013 no tenía probablemente idea del alcance mundial de los abusos sexuales del clero sobre menores, pero no tardó en saberlo. Los abusos son «misas negras» y «sacrificios diabólicos», dijo después.

Juan Pablo II había contenido el escándalo, principalmente entre los Legionarios de Cristo Rey y en algunas diócesis de EEUU, que fueron los primeros casos públicos conocidos, como reveló el filme Spotlight. El sucesor, Joseph Ratzinger, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de Fe, fue frenado por Juan Pablo II y no pudo hacer nada más que afirmar, ya como Benedicto XVI, que «la Iglesia es una barca que zozobra» y «está llena de suciedad». Cesó a unos 20 obispos.

Francisco reafirmó la política de «tolerancia cero», ha pedido muchas veces perdón por ello, cada año recibe a decenas de víctimas de los abusos y ha cesado al menos a otros 20 obispos y cardenales por encubridores. Pero admite: «Hemos llegado tarde».

Oculto hasta el 2000

Hasta el año 2000 nadie en la Iglesia católica habló públicamente de menores abusados por curas. Los casos eran tapados por sus obispos, que les trasladaban de parroquia o diócesis pensando que era la mejor solución para salvar la reputación de la institución, pero que solo lograban multiplicar los casos en una epidemia incontenible.

Esta solución está actualmente prohibida, pero ha producido una hecatombe ante el pésimo ejemplo y el número de casos. El 2% de los 410.000 curas de todo el mundo, según Francisco. Es decir unos 8.000. «Aunque fuera solo un caso, ya sería demasiado», dijo Benedicto XVI y ha repetido Bergoglio. «La tragedia podía haber sido evitada», ha reconocido Charles Scicluna, un obispo maltés que Ratzinger nombró fiscal vaticano para la pederastia y Francisco responsable de un «tribunal de obispos», de nueva creación, que dirime los casos de prelados negligentes frente a la denuncia de una víctima.

Aún hoy, no hay cifras oficiales de los abusos. El Comité de torturas de Naciones Unidas condenó al Vaticano y presentó un dosier de preguntas al Papa. El nuncio ante la ONU, Silvano Tomasi, respondió que, entre 2004 y 2013, un total de 3.456 eclesiásticos habían sido alejados de la Iglesia o castigados por abusos cometidos entre 1950 y 1980. Es decir el 0,8% de los curas. Y añadió que desde 1950 hasta 2014 se habían pagado 2.500 millones de euros de indemnizaciones, sin incluir EEUU, donde una docena de diócesis han quebrado por los pagos.

En Irlanda, que este fin de semana visita Francisco, los informes oficiales -conocidos como Sean Ryan (2009), Murphy (2009) y Cloyne (2011)- hablaron de «millares de abusos» y «centenares de curas» implicados, desde los años 30, pero los obispos se resistieron a admitir los abusos. Benedicto XVI envió a tres inspectores, escribió una dura carta a todos los irlandeses, reconociendo «graves episodios», «omisión de controles», «impunidad de los culpables» e «indiferencia frente a las víctimas» y cesó a siete obispos. La primera ministra irlandesa, Enda Kenny, aduciendo recortes presupuestarios, cerró la embajada ante la Santa Sede.