En la pizarra y con tiza blanca, el profesor Antonio escribe en mayúsculas: "AMAR, QUERER, GUSTAR". Se gira y al tiempo que se sopla las yemas de los dedos para retirar los restos de tiza pregunta a sus alumnos en francés: "Comprenez vous?" Y todos responden casi cantando que sí.

La clase de una hora de castellano está a punto de finalizar. En el centro de estancia temporal de inmigrantes (CETI) de Melilla, además de esperar que el tiempo avance deprisa para dar el salto a la península, los internos que lo desean, y son una mayoría, ocupan su tiempo en aprender el idioma y algunas de las reglas de la nueva vida que desean.

El CETI es una pequeña ciudad amurallada de 17.000 metros cuadrados en la que conviven 30 nacionalidades y que el martes pasado ofrecía cama, comida caliente y asistencia médica, legal y social a 1.150 personas. Carlos Montero, un exmilitar de intendencia del Ejército de Tierra, dirige desde hace dos años esta particular aldea en la que sus habitantes están de paso, exhaustos tras un largo camino. ¿Son felices? "Claro. Sus relatos son tremendos. Durísimos. Muchos no nos cuentan todo lo que han sufrido por vergüenza. En el camino hay una selección natural y solo resisten y llegan los más fuertes. Para ellos el CETI es la última escala hacia una nueva vida".

Montero se emociona, sí. Pero es que Montero es emoción continua. Mucho sentido común y sensibilidad en un cuerpo menudo al que se encarama cada vez que asoma al patio alguno del centenar de menores que viven en el CETI. Las paredes de su despacho están forradas de dibujos que le regalan los niños. Ellos son los únicos que tienen permiso para entrar en ese despacho sin llamar. Saben que Carlos siempre guarda piruletas y caramelos en los cajones y una vez al día, sin falta, le visitan para buscar el suyo.

"No es fácil gestionar este centro. Aquí hay tráfico de drogas, robos, prostitución y peleas. Hay lo mismo que hay en la calle. Pero hasta ahora hemos sido capaces de detectar los conatos de conflicto y atajarlos", explica. En estos días trata de solventar uno de esos pequeños fuegos que si no sofoca a tiempo se pueden convertir en incendio. El centenar y medio de camerunenses que llegó la semana pasada al CETI tras protagonizar un salto multitudinario están intentando marcar territorio, saltándose las normas y coaccionando a otros grupos. Montero está esperando que se identifique a los "cabecillas" del grupo para "dejarles claro que solo hay unas normas y son las mismas para todos".

Montero también puede ser duro. "No le ha temblado el pulso cuando ha tenido que expulsar a algún interno por mal comportamiento", explica un trabajador. Y cuando un inmigrante es expulsado del CETI sabe que está condenado al limbo. Solo los del CETI, para dejar sitio a nuevos inmigrantes, llegan a la península. Sin papeles. Pero llegan a la península, donde quedan bajo la tutela de oenegés. Los expulsados merodean en situación irregular por Melilla.

El doble de internos

Con los últimos saltos masivos de la valla, la vida en el CETI se ha tenido que apelotonar. Hay el mismo espacio para más del doble de los internos para los que fue diseñado: 480. Pero salvo las tiendas de campaña que ha instalado el Ejército y las literas habilitadas en algunas aulas y espacios para actividades, no hay sensación de hacinamiento.

El martes por fin apareció el sol tras tristes días de lluvia. Y los internos aprovecharon para tender sus ropas con alguien siempre vigilando para que no venga otro y se las lleve. El camerunés Cyrihque Takam Fotsing lleva todas sus prendas encima. Una capa encima de otra como si viviera en permanente invierno. Se le ve abatido, aunque lo peor ya pasó. Le amputaron parte de la pierna izquierda. Es tan grande que parece que las muletas se van a romper de un momento a otro. Montero está gestionando una acogida humanitaria para que alguna oenegé de la península se haga cargo de este hombre. Cyrihque cuenta, y en el CETI aseguran que no hay por qué no creerle, que la policía marroquí le arrojó a unas vías de tren. Así perdió la pierna. Llegó hasta Beni Enzar en silla