Las investigaciones sobre el pasado de Ana Julia Quezada, desde que llegó a España con 18 años en 1992, han revelado que la asesina de Gabriel Cruz fue dejando un reguero de engaños cometidos especialmente contra los tres hombres con los que tuvo relaciones en Burgos, según el sumario del caso al que ha tenido acceso EL PERIÓDICO.

Su primera víctima fue Miguel Ángel Redondo, un camionero que la conoció en septiembre de 1992 cuando la mujer, recién llegada de República Dominicana, trabajaba como prostituta en el local El Carro, en Rubena (Burgos). El transportista ha explicado a la Guardia Civil que ella dejó el club y ambos se casaron en mayo de 1993, cuando ya esperaban el nacimiento de su hija Judit. Mientras fueron pareja, Redondo compartió con ella el premio de la Bonoloto que ganó: 93.000 euros. Eso, según el hombre, les sirvió para «viajar a República Dominicana, hacer un crucero y vivir durante cuatro años».

Cuando el dinero de la bonoloto se acabó, en el año 2009, Ana Julia «me dijo que se le acabó el amor y que quería separarse», declaró el hombre. Ana Julia acabó denunciándolo por violencia de género y fue condenado a 21 días de trabajos comunitarios. Estuvo luego «cuatro años sin ver a mi hija», a la que recuperó cuando ella cumplió 18 años y decidió irse a vivir con él.

Ya separada, en el año 2011, Ana Julia conoció en un bar llamado El Moreno a un hostelero de éxito, Francisco Javier Sánchez, dieciséis años mayor que ella, viudo y con graves problemas de alcoholismo. «Pasó a vivir de mi padre», contó su hijo a la Guardia Civil. Desde que iniciaron la relación hasta que el hombre falleció y siempre según los dos hijos del viudo, Ana Julia consiguió que su nueva pareja le comprara una casa en su país por la que pagó «unos 45.000 euros». También que pusiera a su nombre el alquiler del bar La Deportiva Militar, su principal negocio.

Con el hombre ya gravemente enfermo, la hizo beneficiaria única de un seguro de vida de 30.000 euros más, que Ana Julia cobró tras su muerte. Dos días antes de que muriera, la mujer se operó para «ponerse más pecho». Aquello costó 6.000 euros que tuvo que pagar la familia de su pareja. Tras el fallecimiento, se supo que Ana Julia lo había convencido en el hospital para que firmara un crédito por esa cantidad.

Yésica, la hija de aquel hombre, recordó ante la Guardia Civil que Ana Julia sacó todo el dinero de la cartilla de su padre y se quedó las joyas que llevaba cuando ingresó por última vez en el hospital: una cadena de oro, un solitario, una esclava y un sello valorados en unos 3.000 euros, según la familia.

En el entierro del que fue su segunda pareja en España, Ana Julia «dio el espectáculo, llorando y dando gritos», según los dos hijos del hombre. Tras el velatorio, «se fue al cine y a cenar con un señor operado de una traqueotomía». Ese hombre era Juan Manuel Ortega. Su hermana ha contado a la Guardia Civil que, antes de morir, en 2015, «me dijo que ella se llevó 17.000 euros. 1.300 más fueron para una operación estética».