En momentos de tragedia y catástrofes, Estados Unidos suele recibir de la presidencia muestras de solidaridad, promesas de ayuda, palabras de consuelo. No siempre pasa con Donald Trump. Ayer, mientras se intensificaba la lucha contra tres devastadores incendios en California que ya han dejado al menos 11 muertos y por ahora cerca de 700 kilómetros cuadrados arrasados, el mandatario colgó desde Francia un mensaje en Twitter atribuyendo la responsabilidad de los fuegos y de la pérdida de vidas al gobierno de ese estado, que está en manos demócratas y lidera la resistencia legislativa y en los tribunales a políticas de su Administración. Aunque el viernes Trump aprobó la declaración de emergencia, poniendo a disposición de California ayuda federal, en su mensaje en la red social amenazó con cerrar ese grifo.

La indignación con las críticas y amenazas se ha dejado sentir en las redes sociales pero sobre el terreno no hay tiempo de guerras políticas. Hay otras prioridades para los 2.000 bomberos, los 300 agentes de fuerzas del orden y las autoridades que compiten por repartirse los recursos humanos y materiales para combatir los fuegos. El bautizado como Camp Fire, que arde en el norte de California y es ya el incendio «más destructivo de la historia moderna del estado», según ha constatado el número dos de los bomberos californianos, Scott McLean, estaba ayer controlado solo al 20%. De momento ya ha dejado once muertos, aunque otras 35 personas se cuentan como desaparecidas y ha reducido a cenizas prácticamente toda la localidad de Paradise, donde han ardido entre el 80% y el 90% de las estructuras residenciales y comerciales, más de 6.700 en total. «La ciudad está devastada, todo está destruido, no queda mucho en pie», resumió McLean.

En el sur, cerca de Los Ángeles, hay otros dos incendios que han forzado la evacuación de cerca de 250.000 personas, incluyendo los acaudalados y famosos residentes de Malibú. El peor es el bautizado como Woolsey Fire, un monstruo totalmente descontrolado al que se atribuyen de momento dos fallecimientos y que avanza a velocidad vertiginosa. El viernes ocupaba 140 kilómetros cuadrados pero ayer por la mañana había duplicado su extensión. En su camino había saltado sin problemas una autopista de ocho carriles.

El otro, llamado Hill Fire, es de menor envergadura, por ahora ha afectado a 24 kilómetros cuadrados y está controlado al 20%, pero entre las zonas que ha golpeado está Thousand Oaks, la localidad que el miércoles vivió otra tragedia cuando un antiguo militar entró con una pistola semiautomática a un bar y provocó una matanza con 12 muertos.

Los bomberos hablan de las condiciones más extremas que han visto nunca, con el fuego en el sur alimentado por los infames vientos de Santa Ana, que soplan secos desde Sierra Nevada hacia la costa, el calor y las condiciones creadas por años de sequía. Y mientras Trump trata de echar la culpa a la «pésima gestión de los bosques» las autoridades californianas responden recordando los efectos del cambio climático, un punto en el que los científicos les dan la razón. «Tienes los vientos de Santa Ana en otoño antes de que lleguen las primeras lluvias del invierno y mucha gente que siempre crea potenciales incendios encendiendo fuegos a propósito o por accidente, pero detrás de todo esto hay temperaturas más cálidas de lo que habrían sido sin cambio climático», le ha explicado a The New York Times Park Williams, bioclimatólogo de la Universidad de Columbia.

California tiene registros sobre incendios desde 1932 y de los 10 mayores desde entonces nueve se han producido desde el 2000, cinco desde el 2010 y dos este año, en el que ya han ardido más de 5.500 kilómetros cuadrados, casi igual que en todo el 2017, uno de los años de más destrucción. Mientras, Trump insiste en poner en duda el cambio climático y sacó a EEUU del Acuerdo de París para combatirlo, además de tumbar todas las regulaciones destinadas a proteger el medio ambiente.