Donald Trump ha dado marcha atrás. El presidente de EEUU ordenó ayer la suspensión de todos los vuelos de los 737 Max de Boeing, el modelo de aeronave que se estrelló el domingo en Etiopía en un accidente muy similar al sufrido hace cinco meses en Indonesia. Su país se había quedado prácticamente solo en su postura frente a Boeing, dada la larga lista de países que han cerrado su espacio aéreo a los aviones Max de la compañía norteamericana para garantizar la seguridad de los pasajeros. Las autoridades estadounidenses habían mantenido hasta ahora que no había pruebas de problemas sistémicos en las aeronaves. Pero tanto el contexto internacional como la presión del Congreso demandaban medidas preventivas.

«Cualquier avión que se encuentre en estos momentos en el aire llegará a destino y se quedará en tierra hasta nueva orden», dijo el presidente desde la Casa Blanca. «La seguridad de los estadounidenses y de todos los pasajeros es nuestra prioridad». La presión era enorme. Desde que China y la Unión Europea anunciaran el martes la suspensión de los 737 Max 8 y Max 9, más de 40 países se habían sumado a la moratoria. Uno de los últimos en hacerlo fue Canadá. Su ministro de Transportes aseguró que, si bien la información con la que cuentan no es del todo concluyente, los datos obtenidos por satélite de la trayectoria del vuelo siniestrado de Ethiopian Airlines sugieren problemas parecidos a los experimentados por el de Lion Air que se estrelló en Indonesia. En el primer accidente, murieron 189 pasajeros; en el segundo, 157.

La postura estadounidense había despertado suspicacias por la estrecha relación que Trump mantiene con el consejero delegado de Boeing, Dennis Muilenburg. Este último llamó el martes al presidente para defender la seguridad de sus aviones y pedir a su Administración que mantenga los permisos de los 737 Max para seguir operando con normalidad, según publicó The New York Times.

Pero en el Congreso crecía la oposición a seguir actuando como si nada hubiera pasado. «Es posible que la investigación revele que los problemas mecánicos no fueron la causa, pero nuestra primera prioridad debe ser la seguridad de los pasajeros», dijo el republicano Ted Cruz, que preside la comisión de Aviación en el Senado.

Trump solo se pronunció al respecto el martes, poco antes de recibir la llamada del jefe de Boeing, uno de los grandes contratistas militares del Gobierno estadounidense. «Los aviones se han vuelto demasiado difíciles de pilotar», tuiteó el presidente. «Ya no se necesitan pilotos, sino ingenieros informáticos del MIT». El neoyorquino es un gran aficionado a la aviación y se las da de experto en la materia. A finales de los años ochenta, puso en marcha una aerolínea de vuelos chárter, la Trump Shuttle, que fletaba Boeing 727. La vendió tres años después con una deuda millonaria, tras ser incapaz de generar beneficios.

Ya como presidente, Trump ha mantenido una relación oscilante con Boeing. Empezó quejándose del coste de los Air Force One fabricados por la compañía de Chicago y acabó negociando personalmente una rebaja con Muilenburg.