La ciudad de Venecia es patrimonio mundial de la Unesco, pero si en un año no aleja a los grandes cruceros de sus canales le retirará el reconocimiento. La decisión ha sido tomada esta semana por la agencia de la ONU para la educación, la ciencia y la cultura, lo que ha sorprendido a los administradores de la ciudad, que parecen no haberse enterado de las polémicas que existen desde hace al menos 20 años sobre esta navegación intensiva que está destruyendo la maravillosa ciudad.

La Unesco, con sede en París, pretende que el municipio italiano, que se supone gestiona la herencia de la Serenísima República de Venecia, una potencia naval, política y comercial hasta el siglo XIX, ponga un límite a un turismo de masas que se ha pasado de la raya. Y que lo haga por escrito. «El Estado italiano tiene que proporcionar un mapa de ruta detallado y un plan de gestión progresiva», afirma el organismo. No será fácil, porque tanto el ayuntamiento como los armadores y, sobre todo, las empresas de cruceros se oponen, clara o solapadamente, a la prohibición. Desde que en el 2017 la Unesco puso a Venecia bajo examen, las autoridades italianas han presentado varios proyectos. El más interesante -una maravilla de la genialidad italiana- se llama Mose (módulo experimental electromecánico, en italiano). Como es habitual en Italia, el proyecto ya cuenta con varios sumarios abiertos por corrupción. Se trata de unas ingeniosas compuertas que se podrían abrir y cerrar según las mareas.

El control de las mareas urge en Venecia ya que, a causa de cambio climático, es una de las primeras ciudades de Europa que quedará sumergida por la subida de nivel de los mares. En marea alta, las compuertas se cerrarían, y al revés en marea baja, salvaguardando un nivel asumible por la ciudad, toda ella edificada encima de islotes.

Sin embargo, lo que sufre la ciudad de los canales, surcada por naves de hasta 100.000 toneladas que ofrecen una vista por encima de San Marco, parece no interesar a nadie. Como tampoco el delicado y frágil equilibro de la laguna veneciana, donde se asienta la localidad. Un equilibro con gran variedad de peces, moluscos, vegetales y una armonía de aguas única en el mundo.

El turismo de cruceros en Venecia ha aumentado con el pasar de los años. En el 2017 llegaron a la ciudad italiana 480.000 cruceristas, que aumentaron hasta 561.000 al año siguiente. Todo esto en una localidad que ha impuesto un «número cerrado» de visitantes por día, que se controlan al final del puente que une Venecia a la tierra firme. En la próxima reunión de la Unesco en Azerbaiyán, en julio, se dará a Venecia un año para «demostrar que respetará las normas de tutela ambiental y de salvaguarda de los bienes culturales». Pero los políticos, presionados por administradores locales, ambientalistas y armadores, no dan con la solución. Hay proyectos para que los cruceros entren, desde el mar, por otra boca de la laguna y atraquen en una estación marítima lejana del puente de Rialto, del Palacio Ducal y de la plaza de San Marco. Pero ¿quién le cuenta a un turista que pasará por Venecia sin verla?.