De entre la amalgama de sensaciones que brotan de la cocina tecnoemocional hay una con la que no contaban sus creadores, ni siquiera ellos, con sus privilegiadas dotes para marcar tendencia entre fogones. Y es que la envidia, de la sana o de la más vil, no es la reacción más previsible para alambiques de vanguardia o emulsiones de texturas imposibles. Pero, ¡ay!, justo eso sucede cuando aparece un eslabón inesperado que da continuidad a la fusión de tecnología y sabor: el uso del móvil para la exhibición de la obra maestra a terceros, que deberán conformarse con recrear la vista y la imaginación. Lo verás, pero no lo catarás.

Si buscan un cómplice necesario para esta tendencia al alza lo encontrarán en Instagram, porque el caudal audiovisual en otras redes sociales «es anecdótico», revela Òscar Broc, periodista cultural y buen conocedor de cuanto se cuece en el universo foodie (el de los amantes de la buena cocina). Broc admite un innegable sentido «del exhibicionismo y de la pornografía, en el buen sentido» en parte importante de esta exposición gastronómica, pero alega: «¿Acaso no lo es si alguien se hace un selfi o cuelga fotos de las vacaciones que se está pegando?»

Puede que esa universalización de la crítica gastronómica soliviante «a los sectores más tradicionales» que temen perder «su poder de influencia», como destaca Broc: «No deberían, porque la mayoría de foodies no son gastrónomos ni pretenden serlo. En ese mundillo hay un porcentaje de papanatas y aprovechados que pretenden no pagar la cena por tener un blog o una cuenta de Instagram con muchos seguidores, pero la mayoría no son así». Broc habla de lo útil que resulta antes de acudir un nuevo restaurante consultar fotos y opiniones en Instagram de usuarios que ni siquiera conoce, pero que muestran un veredicto objetivo sobre lo que allí le espera. Por eso, habla más de «una subcultura» que de una moda pasajera al referirse a este binomio gastrotecnológico. En ese punto discrepa David Pere Martínez Oró, doctor en Psicología Social, que no niega que esa simbiosis perdurará en el tiempo, pero augura que lo hará «con bastante menos intensidad».

«Esta borrachera foodie se suavizará y, cuando llegue la resaca, mucha gente dejará esta tendencia y buscará nuevas formas de mostrar al mundo este postureo, esta exhibición del yo virtual», dice.