La víctima de los supuestos abusos sexuales cometidos por los sacerdotes del denominado clan de los Romanones tenía una absoluta dependencia del padre Román, lo que le llevó a sentirse «alienado y anulado por completo». Así explicó ayer ante el juez que, pese a las agresiones sexuales, que incluyeron dos violaciones, siguiera frecuentando el grupo. Daniel, nombre ficticio, se ratificó en sus acusaciones y negó que con la denuncia busque algún beneficio económico o de cualquier otro tipo. Solo quiere, dijo, «evitar el calvario» a otras personas.

La declaración de este joven, que en la actualidad cuenta con 27 años, es la principal pieza de cargo contra el padre Román. La Policía Científica consideró que su relato es «honesto», según recordaron ayer desde la acusación popular que ejerce la asociación en defensa de los menores Prodeni. Consciente de la importancia de su testimonio, el joven justificó algunos errores o contradicciones en fallos de memoria a causa del pánico y los problemas psicológicos que aún arrastra, producto de esa dependencia «espiritual y psicológica» que sufrió.

Nervioso, en varias ocasiones se le quebró la voz al relatar lo que vivió. De hecho, una de las veces rompió a llorar y, al abandonar la sala para un receso, no pudo reprimir un insulto a los sacerdotes señalados, que se sientan entre el público al no haber sido procesados por prescripción de los supuestos delitos y haber declarado ya como testigos.

Daniel contó que «tenia pánico» cada vez que se tenía que quedar a dormir en la casa parroquial. Aseguró que todos los sacerdotes del grupo eran conocedores de lo que sucedía, y que mantenían relaciones sexuales entre ellos.

La víctima acusó directamente al padre Román de mantener relaciones completas con él en dos ocasiones y realizarle múltiples abusos sexuales.