Durante años, Xavier Sardà (Barcelona, 1958) estuvo al frente de Crónicas marcianas, un programa que marcó un antes y un después en la historia de la tele, pese a las críticas que tuvo que soportar en los últimos años. Pero antes había presentado Juego de niños, que supuso su debut en la pequeña pantalla tras ganar un Ondas con la radio. Ayer volvió con ese mítico espacio.

-Lo ha logrado. Se le veía indignado cuando en el 2013 no pudo ser.

-No pudo ser, no. Yo presumía que era un momento que políticamente no… A pesar de que estuvimos meses preparándolo y que era un programa muy blanco y una idea muy óptima para TVE. Porque, ya veremos si ahora funciona, pero es un show muy blanco, muy familiar y moderno. Sin embargo, entonces alguien consideró que no era óptimo y se abortó. Pero ahora estamos aquí.

-A usted le hacía mucha ilusión.

-Claro. A mi edad, ahora que disfruto con La Sexta y las tertulias -que no pienso dejar-, volver a un plató tiene que ser con algo como esto. Tiene sentido que regrese Juego de niños con Sardà, que hizo las últimas dos temporadas. Es un pack que creo que tiene pies y cabeza. Y nos lo hemos pasado muy bien haciéndolo. Eso es así.

-¿Y creen que han conseguido mantener la esencia? Piense que es un mito de la televisión...

-Creo que sí. El principio del programa es el Juego de niños estrictu sensu. Una competencia muy divertida entre dos famosos en la que se tiene que adivinar a qué se están refiriendo los pequeños. Y a partir de aquí se va complicando. Es que el programa originario de hace 30 años duraba 25 minutos, mientras que este dura una hora y media. Es un verdadero game show con la infancia como protagonista.

-¿Y con qué se llena el resto?

-Hay otras pruebas. Tenemos una sala de juegos con niños muy pequeños, de 2, 3 o 4 años, a quienes dejan ahí sus padres y los famosos deben adivinar qué sucederá. Otra va sobre recuerdos de la infancia de los famosos: de los tres que cuentan, deben adivinar cuál es el auténtico. Y luego se pasa de la teórica a la práctica, ya que se tienen que disfrazar en un probador y coincidir con lo que se pondrá un niño. Y hay otra prueba final, muy emocionante, en la que se debe superar un panel de ocho definiciones hechas por niños en tres minutos, y suman 1.000 gallifantes. ¿Y por qué es importante ganarlos? Porque se convierten en dinero que va a oenegés y entidades benéficas. Con lo que el objetivo final es muy positivo.

-No podía faltar el ‘gallifante’, moneda de cambio más querida que el euro. No habría sido lo mismo.

-Naturalmente. Y se ha mantenido el diseño clásico. Le hemos dado muchas vueltas y hemos llegado a cerrar el círculo diciendo: «Ese es el gallifante». Que para mí es como la magdalena de Proust. Cuando en esta edición dije por primera vez: «¡Has ganado 20 gallifantes!», fue como si el tiempo no hubiese pasado (ríe). Como si estuviese como hace 30 años.

-Lo único que no se repite son aquellas sillas gigantes que hacían parecer pequeñitos a los famosos. Tan XXL como las hombreras ochenteras.

-No, eso no. Aquel era un decorado maravilloso de Javier Mariscal.

-Decorado de Mariscal, invitados como Pedro Almodóvar… Todo era de nivel.

-Sí, había un nivelazo.

-¿Recuerda alguna frase ingeniosa de las que soltaban los niños?

-Pedrito era uno de los tremendos en sus definiciones. Pedrito era aquel niño al que le salían los gallifantes de la bata en la carátula. ¿Se acuerda? Y ahora ha estado aquí.

-¿Y si le propusieran revivir también ‘Crónicas marcianas’?

-No, eso no. Ya soy mayor. Algo diario, no.