La promesa del primer presidente George Bush de que la próxima meta espacial sería Marte duró lo que tardaron en hacerle un presupuesto de la misión, 450.000 millones de dólares. A Kennedy, la aventura lunar le salió por el equivalente actual de 100.000 millones, que en su momento ya fue un esfuerzo inversor colosal. Bush, claro, se tragó sus palabras. Contribuyó a ello que los expertos de la NASA le advirtieron además de que con la ingeniería entonces disponible, no tan distinta de la actual, lo más probable era que los miembros de la tripulación, tras un viaje de medio año sometidos a radiaciones cósmicas, llegarían al planeta rojo tostados como unos torreznos.

La conquista de Marte, cuarto planeta del sistema solar, que durante la guerra fría fue la metáfora perfecta de la amenaza comunista, con esas estupendas películas de ‘serie b’, con sus ‘tovarich’ marcianos, se aparcó prudentemente a principios de los años 90, pero hete aquí que, según la serie producida nada menos que por la National Geographic Society, dentro de 13 años habrá allí una primera base humana permanente y dentro de 22 habrá corporaciones mineras resolviendo a golpe de ‘fracking’ la búsqueda de rentables yacimientos en el subsuelo del planeta. Mitad ficción, mitad documental, ‘Marte’, de la que Netflix acaba de estrenar oportunamente la segunda temporada justo antes de la Cumbre del Clima de Madrid, es una serie sin duda singular. Ahí están los protagonistas de cada capítulo tratando de terraformar Marte mientras, ¡ay!, la Tierra se marcianiza. Como especie no tenemos igual.

El planteamiento de ‘Marte’ es osado. Científicos actuales, como el Carl Sagan del siglo XXI, Neil DeGrasse Tyson, comprometen su palabra y realizan juliovernianas predicciones sobre qué futuro le espera a Marte, qué desafíos esperan a los primeros colonos y, sobre todo, qué contratiempos deberán encarar, no solo por la hostilidad del lugar, que en comparación hace del Polo Norte un lugar vacacional, sino, sobre todo, porque la conquista del planeta rojo cada vez tiene menos de aventura romántica y más de expedición comercial. El capitalismo, a punto de conquistar el planeta rojo.

El hilo argumental de la ficción en ‘Marte’ se tensa con todas las cuestiones que los expertos predicen ante las cámaras, desde las personales (la desazón emocional, la convivencia, el suicidio, las enfermedades imprevistas, las envidias, el politiqueo, un embarazo no previsto…) hasta las verdaderamente cruciales para las empresas y países con posibles para emprender tal misión, como es el nebuloso campo de los acuerdos internacionales que regulan la conquista del espacio.

Las leyes del espacio

El Tratado del Espacio Ultraterrestre firmado en 1967 impide que los planetas y sus satélites puedan ser reclamados como colonias. Cierto, Estados Unidos no se apropió de la Luna en 1969. Solo plantó una bandera comprada en los almacenes Sears más próximos a Cabo Cañaveral por cinco dólares y medio, pero no colonizó la Luna.

En 1979 se quiso ir un paso más allá con el Tratado de la Luna y Otros Cuerpos Celestes, para que los recursos naturales de otros mundos se consideran patrimonio de la humanidad, como una suerte de antártidas. Ninguna potencia capaz de mandar un pico y una pala a la Luna lo ha firmado todavía, señal inequívoca, se supone, de que la serie de Netflix no anda desencaminada.

‘Marte’, lo dicho, es una rareza en el catálogo de Netflix. Será gracioso revisitarla dentro de 13 años y concluir entonces (y esto solo es una sospecha de eterno descreído) que tipos como Elon Musk, otra de las voces que predicen ese futuro a corto plazo en la serie, utilizan el planeta rojo como una zanahoria naranja para fidelizar accionistas aquí en la Tierra. También la NASA se esmera cada vez que descubre un planeta a millones de años luz y proporciona a los medios de comunicación vistosas recreaciones artísticas de esos mundos, como si sus presupuestos anuales dependieran de mantener viva la ilusión de que algún día dejaremos este planeta y encontraremos un piso mejor más allá de nuestra atmósfera.

A veces es aconsejable releer a Martin Amis. "Los seres humanos, divisores del átomo, paseantes de la Luna, rondadores, componedores de sonetos, quieren ser dioses, pero son animales, con un cuerpo que un día perteneció a un pez". En ‘Marte’ se plantea que igual que un día, hace millones de años, nos arrastramos fuera de los mares, pronto, en el 2033, caminaremos por la superficie de un planeta que está mucho más lejos de lo que nuestros mapas escolares del sistema solar nos daban a entender. Comienza, pues, la cuenta atrás de esta profecía. Dentro de 13 años retomamos la conversación.