Pasan los años, e incluso los océanos de tiempo, y Drácula sigue siendo objeto de toda clase de revisiones y relecturas. No hace tanto que Jonathan Rhys Meyers encarnó al mito literario en una teleserie con el nombre del personaje (o del paso de Christian Camargo por 'Penny Dreadful' como el susodicho), pero este sábado llega a Netflix otra producción televisiva sobre el trasunto de Vlad El Empalador creado por Bram Stoker: 'Drácula', miniserie de tres capítulos, cada uno de hora y media, coproducida entre la plataforma de 'streaming' y la BBC.

Detrás de esta nueva visión encontramos a Steven Moffat y Mark Gatiss, especialistas en modernizar figuras representativas de la cultura popular: el primero escribió a solas la impagable 'Jekyll', con James Nesbitt como descendiente contemporáneo del Dr. Jekyll (y, por tanto, o por desgracia, también Mr. Hyde); juntos se encargaron de 'Sherlock', en la que el sabueso de Baker Street podía resolver casos con ayuda de 'smartphones'.

Para retratar al vampiro de Stoker siguen las mismas pautas que con la creación de Conan Doyle: Moffat y Gatiss son, al menos en el primer episodio (único visto por este cronista), fieles a las líneas argumentales básicas, pero se deleitan inyectando grandes dosis de humor e indirectas sexuales. De hecho, es raro dar con una línea de guion que no tenga algo de chiste. Así, a base de ironías, atrevimientos y transgresiones, el dúo de guionistas sacude el mito lo suficiente para que no asome en exceso la sensación de 'déjà vu'. Y mucho menos el aburrimiento.

UN DRÁCULA SEXU Y VISCERAL

El actor encargado de dar vida (o no muerte) al personaje, Claes Bang (el comisario jefe de un museo en el centro de 'The square'), dice haberse inspirado en el Nosferatu de Klaus Kinski, en su soledad y tristeza infinitas. Pero por su aspecto más sexi que zarrapastroso, su peligroso atractivo, cabe pensar más en el Drácula de Frank Langella de 1979. Si Drácula representa, como escribió David Pirie en su libro sobre el cine de terror británico 'A heritage of horror', "la gran fuerza sumergida de la libido victoriana", aquí vemos esa fuerza emerger con implacable visceralidad.

Al magnético Bang le roba algunas escenas, sea como sea, una gran Dolly Wells en el papel (expandido respecto al libro) de la hermana Agatha, una monja con réplicas más letales que el afilado par de colmillos del antihéroe. Digan lo que digan, no siempre el diablo tiene las mejores líneas. Cuidado con esa monja.

LA PERIPECIA DE HARKER

El primer episodio, 'Las reglas de la bestia', arranca con Agatha interrogando a Jonathan Harker (John Heffernan), antiguo abogado que no esperaba perder su alma y el recuerdo de su amada Mina cuando fue a arreglar los problemas legales del Conde Drácula a Transilvania. Las tribulaciones de Harker resultan familiares, casi demasiado familiares, pero la serie reserva alguna que otra sorpresa a nivel argumental.

El verbo acerado de Gatiss y Moffat es la carta más valiosa de una miniserie que, al menos en su primera entrega, resulta menos atractiva a nivel puramente plástico y visual. No busquen aquí el expresionismo de Murnau, la elegancia de Browning o el lirismo y barroquismo de Coppola. Este último seguramente aprobaría el empleo de efectos de maquillaje de vieja escuela, pero también pondría en cuestión el feísmo digital y cierta tendencia a buscar tensión en pobres tics de posproducción.