El Festival de series de Cannes acogió ayer al preestreno internacional de Déjate llevar (Movistar+), primera incursión en la ficción televisiva de Leticia Dolera.

-¿Cómo surge ‘Déjate llevar’?

-De la necesidad de contar las historias, las inquietudes, las frustraciones que veo reflejadas en mis amigas y en las mujeres de mi entorno, también en mí misma. Quería hablar de todas esas experiencias, de toda esa mirada común.

-¿Sobre qué temas quería hablar?

-Con cada personaje he querido hablar de una cosa. Con Cristina (Celia Freijeiro), de la carga mental que llevan las madres trabajadoras, de ese rol que nos han vendido de la supermujer que es perfecta en todas las facetas y del sentimiento de culpa que genera no poder llegar a todo. Con Esther (Aixa Villagrán), del éxito, de la frustración al no poder alcanzarlo en una sociedad tan competitiva. Y con María (Leticia Dolera), del concepto de familia. De cómo una persona clásica y controladora se enfrenta a que su plan soñado de vida se rompa por la mitad.

-¿Es una metáfora sobre las ataduras a las que las mujeres hemos estado sujetas durante tanto tiempo y de la necesidad de liberarse de ellas?

-Cuando la escribía pensaba en las cadenas individuales de cada uno de los personajes, no como colectivo social de mujeres. Cómo esas cadenas representan esa vida perfecta y cómo tienen que romperlas para dejarse llevar.

-Ha sido un año muy intenso con las redes sociales. ¿Cómo lo ha gestionado?

-Es curioso lo que está pasando en redes sociales como Twitter, que se están convirtiendo en lugares donde escupir odio y frustración. También es llamativo cómo cosas que solo pasan en Twitter, que lo usa un 10% de la población, luego pasan a ser noticias en medios generalistas y se crean burbujas informativas. Ahora todo se polariza, se lleva de la emoción a la reacción, saltándonos el paso de la reflexión. Hay menos escucha, menos empatía, es un conmigo o contra ti. Siento que todo tiende a la víscera y no tanto a la razón.

-¿Qué ha aprendido usted de todo esto?

-Pues algo que precisamente también le pasa a mi personaje: que no se puede controlar todo. Tampoco las mentiras. Y se dijeron muchas cuando tuvo lugar la controversia.

-Se refiere a la polémica con Aina Clotet, que dijo que no la contrató por estar embarazada. ¿Qué es lo que más le ha dolido?

-Me ha hecho daño que se dijeran cosas que no eran ciertas. Lo he pasado muy mal y aún estoy asimilándolo.

-¿Se ha sentido poco apoyada o poco comprendida?

-Todo el plan de rodaje estaba cerrado, contratado el equipo, no se podía ni adelantar ni retrasar, y la gente se puso a opinar sobre eso. No era verdad que estuviera de tres meses, el embarazo estaba muy avanzado y había escenas que requerían una exposición corporal explícita. Muchas compañeras como Icíar Bollaín, Gracia Querejeta, Ana de Miguel, teórica feminista, o Berta Ojeda, responsable de igualdad del Sindicato de Actores, subrayaron que no era un tema de discriminación. Porque nunca lo fue. Pero era más fácil montar de todo esto un Salsa rosa.

-¿Cree que lo utilizaron para atacarla por lo que representa?

-He hecho un ejercicio de separar las cosas, de que no se trata un ataque personal. Simplemente he estado reivindicando unas ideas que incomodan y que por desgracia todavía remueven. Pero nunca me he sentido abanderada de nada, solo he sentido la responsabilidad de comprometerme con aquello que creo.

-¿Por qué incomoda tanto últimamente la palabra feminismo?

-Siempre que se han dado pasos adelante, después de cada ola feminista ha habido una regresión, el patriarcado, el sistema que nos educa en la desigualdad, se ha revuelto contra eso, porque al sistema le asusta el cambio.

-¿Qué le parece que haya mujeres en la extrema derecha que vayan contra sus propios derechos?

-Citaría a Simone de Beauvoir. El opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos.