Hace cuatro años, el personaje de Gonzalo abandonaba Puente Viejo con su amada María, dejando a los fans lamentando su pérdida. Ahora, una tragedia les hace volver de Cuba. Y con él regresa Jordi Coll, el actor que le da vida en El secreto de Puente Viejo.

-¿Por qué esta vuelta de Gonzalo y María a Puente Viejo?

-Habíamos terminado muy felizmente en Cuba, huyendo de todos los males de este pueblo, con Esperanza, nuestra hija, y el hijo de Bosco, Beltrán. Pero hay un incendio hace que volvamos buscando algo. Muy típico de Puente Viejo [ríe].

-Decía hace cinco años que nadie era imprescindible en la serie. Pero esa parejita tenía carisma.

-Sí, a la gente le gustaba mucho y, sobre todo, lo sufría mucho. Me decían por la calle: «A ver si Fernando y Francisca os dejan en paz». Sigo pensando lo mismo: la fórmula por la que esta serie funciona es el pueblo. Es cierto que hay unos personajes que son el pilar, que aunque estén ausentes están ahí y el más fuerte es La Casona-Francisca Montenegro. Pero el mejor personaje de Puente Viejo es Puente Viejo en sí.

-¿Tiene un especial cariño al personaje de Gonzalo?

-Sí. He hecho más series, más cosas, con grandes compañeros, pero El secreto… siempre será lo primero grande que he hecho. Ha sido mucho tiempo, mi primera serie en Madrid diaria... Antes había intervenido en Infidels, en TV-3, pero con un pequeño papel y la serie era semanal.

-¿Y cómo le han recibido?

-Ha sido maravilloso. Aunque es como si nunca me hubiera ido. Además, como mi mujer [(Marta Tomasa Worner] trabaja en la serie [es Fe], nunca he perdido el contacto. Ahí tengo amigos, el grupo de Whastapp… Y cuando estaba en la serie Acacias, 38 y se quemó el plató de Pinto, nos fuimos a Leganés, con lo que estábamos al lado. Siempre ha habido contacto.

-En cambio, en ‘La otra mirada’, era la antítesis de esas mujeres empoderadas. Sin ser malo…

-Martín, el juez, era un hombre cuyo lado humano apenas existía. Como bien dice, no llegaba a ser malo, pero estaba por su trabajo, que es lo que se hacía en su época. Había conseguido una posición alta… Pero, cuando se encontraba con los dilemas de Manuela, chocaban, y así terminó como terminó.

-¿Nunca ha hecho de malísimo?

-Algo que se haya visto en grande, no. Martín no mataba a nadie; no era un Fernando Mesía, pero lo suyo era otro tipo de maltrato. Él la quiere, pero que la quiera no quiere decir que la entienda. Tiré de ese hilo. Y luego tuve que trabajarme el acento, que era andaluz…

-¿Notó mucho cambio en el modo de trabajar en ‘Acacias, 38’?

-La metodología era bastante parecida. No es una plaza, es una calle -maravillosa, por cierto-, y el personaje es distinto. Pero el formato es parecido. Intentas cambiar, porque te llega una historia de amor que por causas no puede ser, con un chico noble que busca a la madre… Había puntos en común con el personaje de Puente Viejo, por lo que había algo de riesgo. Salió el hacerlo mucho más estirado, más serio. Se me permitió más violencia, más humor, ironía....

-¿Ha vivido en sus carnes el ‘boom’ de ‘El secreto de Puente Viejo’ en Italia?

-Sí. He ido tres veces a un programa que se llama Bellissima. Y a C’è posta per te (Hay una carta para ti), como invitado sorpresa: una vez con Loreto Mauleón y, otra, con María Bouzas. Y la más fuerte y extraña fue hace dos fines de año, cuando Giggi D’Alessio, famoso cantante italiano que monta conciertos para Mediaset, me invitó a cantar una canción de Enrique Iglesias en una plaza de Bari, frente a 110.000 personas. Empecé a saltar y no me enteré de nada. Me puse eléctrico. Salían por la pantalla imágenes de Puente Viejo… Fue una locura. Iba con mi mujer y mi hija, de meses, y nos pusieron una furgoneta con cristales tintados. Nos iban a buscar a todos los sitios. La gente golpeaba los cristales… Y me decían: «¿Y en España, qué tal?» Y yo contestaba: «Pues igual acabo un proyecto y estoy en paro». Alucinaban. «¿No tienes trabajo ahora?», decían.