Hace 42 años, otro Micky, con más edad y menos pelo que el de ahora, representó a España en Eurovisión. Quedó en mitad de la tabla, y aunque llegó al certamen con una sólida carrera a sus espaldas, aquel noveno puesto agrandó aún más la simpatía del público hacia el chico de la armónica, que a partir de esa noche se convirtió para muchos en Micky el de Enséñame a cantar. A mucha honra, dice.

-¿Qué sensaciones tiene al recordar su paso por Eurovisión?

-Las mejores. Hay artistas que reniegan del festival después de haber participado en él, lo consideran una mancha en sus carreras. No es mi caso. Yo lo recuerdo con una sonrisa. Me divertí, tuve una gran actuación y me aportó mucho. Hoy sigo haciendo bolos y si no interpreto Enséñame a cantar, no me pagan. En ocasiones incluso me obligan a cantarla varias veces. Y eso que yo no quería ir a Eurovisión.

-¿Por qué?

-Porque me enviaron sin preguntarme. Me enteré casi de casualidad, cuando nos telefonearon a casa de Fernando Arbex, el batería de Los Brincos y autor del tema, mientras veíamos un partido de fútbol. Sin contar conmigo, Ariola había presentado el tema en Televisión Española y a Ricardo Suárez, el hermano del presidente, que era un alto cargo de la casa, le pareció que yo podía hacer un buen papel porque venía de triunfar en Europa con Bye, bye Fraulein y era hijo de una alemana.

-No se equivocó.

-Pues en las apuestas no nos daban ni un voto. Pero llegué a Londres, hice la primera prueba, y un comentarista de la BBC empezó a correr la voz: «¡Ojo con el cantante español, que tiene los zapatos pulidos de estar sobre los escenarios!». Y era verdad. Yo llegué a Eurovisión hecho un veterano.

-¿A qué le supo el 9º puesto?

-A mí, a gloria, porque no partíamos con grandes expectativas, aunque en España la gente estaba muy ilusionada. Acababa de llegar la democracia y en la revista El Papus me sacaron en portada metiendo un pie en una urna y jugando con lo de ‘enséñame a votar’. Pero antes de partir para Londres, los cámaras de Televisión Española nos rogaron que, por favor, no ganáramos. Aún les debían las horas extras que habían echado en 1969, cuando España organizó el festival tras el La, la, la de Massiel.

-¿Sigue viendo Eurovisión?

-¡Religiosamente! No me pierdo ni uno. Por deformación profesional y porque quiero ser yo quien juzgue y que nadie me cuente milongas. Además, soy de los que siguen el rito tradicional. Agarro una octavilla en blanco, hago un cuadro con el nombre de cada país, la canción y el intérprete, y al lado dejo un hueco para puntuarlo.

-¿Suele acertar con el ganador?

-Casi nunca. O tengo un gusto muy exigente, o no estoy en la onda de lo que ahora se estila, pero mis votos suelen ir por un lado y el resultado, por otro. Bueno, a la ganadora del año pasado la puse en tercer lugar en mi porra, no está mal.

-¿Cómo ve hoy el festival?

-Prefiero el glamur de antes. Aquellas actuaciones con orquesta en directo tenían una emoción que ahora no veo. Ahora, Eurovisión es luz, color y efectos especiales. Flases por aquí, fuegos artificiales por allí y todo el mundo saltando y bailando. Eurovisión era un festival, ahora es un show. Ha perdido su esencia, que es ver a artistas cantar.

-¿Qué le parece Miki, el representante español?

-Me gusta, y su canción, también. Tiene una sonrisa muy contagiosa y lo hace muy bien. Ojalá le vaya, como mínimo, tan bien como a mí, que desde entonces no he dejado de cantar.

-Dice que sigue cantando. A sus 75 años, ¿cuál es su plan de vida?

-El año pasado saqué un disco, Desmontando a Micky, el segundo de la trilogía que estoy preparando con Jorge Muñoz-Cobo, de Doctor Explosion, y protagonicé un cortometraje, Los Bermejo, que ha sido muy premiado. Con mi banda, Los Colosos del Ritmo, sigo haciendo bolos por todo el país. Lo mismo actuamos en garitos que nos marcamos un Sonorama. ¿Mi plan de vida? Morir encima del escenario, o cerca de él.

-¿Volvería a Eurovisión?

-No se atreven a proponérmelo.