El representante de Holanda, el cantante Ducan Laurencen, el gran favorito de las apuestas, se alzó anoche con el triunfo en la 64 edición del festival de Eurovisión 2019, celebrado en Tel-Aviv.

El español Miki obtuvo 60 puntos y se quedó en el puesto 22 de los 27 países participantes en la final del certamen musical.

La victoria de Ducan no se decidió hasta la última votación del público, al imponerse a Suecia, en una disputada final que puso de los nervios a todos los concursantes.

Tel-Aviv ha multiplicado de forma exponencial, esta última semana, su imagen de ciudad cool reforzando el dicho «Jerusalén reza, Haifa trabaja y Tel-Aviv se divierte». El ayuntamiento y todo el país han concentrado sus energías para que la pequeña ciudad costera, de 450.000 habitantes, se mostrara más moderna, abierta y alegre que nunca con motivo del festival de Eurovisión. Incluso eventos culturales como la Noche Blanca, que se celebra a final de junio, se han cambiado de fecha para que coincidieran.

«No hay otro acontecimiento que pueda darle tanta publicidad en un tiempo tan corto a una ciudad pequeña como Tel-Aviv», opina Eytan Schwartz, responsable de Tel Aviv Global, una iniciativa del ayuntamiento para mejorar el posicionamiento de la ciudad.

«Eurovisión es una oportunidad magnífica para mostrar que podemos competir como sede de eventos a gran escala», dice Schwartz. El crecimiento turístico de Tel-Aviv en los últimos años, aumentará, dice, gracias al festival, que ha hecho de la ciudad un escaparate al mundo. Los hoteles pensaron hacer el agosto en mayo y pusieron por las nubes unos precios siempre muy elevados. Esperaban que Eurovisión atrajera unos 10.000 visitantes, pero al ver que no llegarían a 5.000, acabaron borrando ceros a las cifras.

Uno de los motivos para que se escogiera a Tel-Aviv como sede del festival en Israel por encima de Jerusalén u otras localidades es que «representa los valores de Eurovisión: es una ciudad enérgica y divertida, que cree en la democracia y el pluralismo, celebra el arte y la cultura, es para todas las minorías y tiene una enorme comunidad LGTBI», señala.

El festival tendría que haberse celebrado en Jerusalén porque para Israel es su capital, aunque la mayoría del planeta no la reconozca como tal, porque, según la ley internacional, los israelís ocupan su parte este, la que los palestinos quieren como capital de su futuro Estado. Las dos veces que Israel acogió Eurovisión anteriormente -aunque ganó tres- se celebró en la ciudad santa, pero en esta ocasión podía suponer más problemas que ventajas. Los judíos ultraortodoxos habían mostrado su descontento porque los ensayos del viernes y las pruebas del sábado eran en shabat -jornada de descanso judía que empieza al ponerse el sol el viernes y acaba con el ocaso del sábado- y amenazaban con protestar.

Más del 25% de los jerosolimitanos son ultraortodoxos y cada sábado se repiten las protestas contra los pocos cafés y comercios que se atreven a abrir. Además, la ciudad santa no ve con buenos ojos a los homosexuales y algunos países europeos arrugaban la nariz ante la idea de que el festival fuera en Jerusalén por la cuestión de los territorios ocupados. Tel-Aviv era una opción menos arriesgada. Los religiosos ni se han acercado al pabellón donde se celebra el festival, Expo Tel-Aviv, alejado del centro, y ningún país ha boicoteado el evento por el tema palestino.

Los activistas antiocupación de los territorios palestinos han hecho algo de ruido mediático con sus protestas. El festival ha supuesto un gran despliegue de seguridad.