Desde el 2011, Mario Zorrilla Rojo (Bilbao, 1965) da vida a Mauricio Godoy, mano derecha de la perversa Doña Francisca, en El secreto de Puente Viejo (Antena 3). La serie, que ha cosechado numerosos reconocimientos y premios, llega ahora a su recta final, tras casi una década en antena. Una ficción que ha traído muchas alegrías a Zorrilla, quien empezó a rodar en Barcelona una película días antes de que se decretara el estado de alarma. En Chavalas, como así se llama el filme, el veterano actor da vida al padre de una de las protagonistas.

-¿Qué nos puede adelantar de Chavalas?

-Las primeras impresiones de todo el equipo han sido muy buenas, aunque yo solo he rodado un día, me quedan otros cuatro. En la película soy el padre de la protagonista, una niña un poco perdida en el mundo que busca su sitio. Al tener tres hijos, tengo cierto trabajo de campo hecho (ríe). Estoy deseando volver a Barcelona para seguir con el rodaje.

-Con este filme vuelve al cine, tras más de una década sin hacer películas.

-Sí. El secreto de Puente Viejo me ha dejado poco tiempo libre. Aun así, durante estos nueve años he podido hacer teatro, una docu-ficción sobre la vida del emperador Carlos V, a quien di vida, y también he participado en dos cortos estupendos. Uno de ellos, El nadador, ganó un Premio Forqué y estuvo nominado en los Goya, y en el otro hice de gigante en Sancho, la enésima versión de Don Quijote.

-Además de Carlos V, ¿a qué personaje te gustaría dar vida en la pequeña pantalla?

-A Orson Welles, sin duda. Conoció y disfrutó mucho de nuestro país, aquí vivió de todo. Interpretar a Welles sería el biopic ideal.

-Hablando de papeles, lleva casi una década en el de Mauricio Godoy. ¿Tiene algo de él?

-¡Claro! El trasvase de información entre Mauricio y Mario ha sido constante durante este tiempo. Con los años he comprendido la forma de comportarse y la lógica de Mauricio. Coincido con mi personaje en la lealtad y en que ambos somos muy trabajadores y con un mundo interior muy desarrollado, aunque yo soy infinitamente más sociable y frívolo (ríe).

-¿Qué le ha aportado este personaje?

-En el plano personal, una gran estabilidad económica y más en la situación delicada en la que vivimos la mayoría de actores. Profesionalmente, Mauricio me ha aportado reconocimiento, visibilidad y el cariño del espectador.

-Interpretar al mismo personaje durante una década puede hacer que le encasillen. ¿Le da miedo?

-No. Es más, si me quisieran dar todos los papeles de malo, estaría encantado (ríe). En mi escala de valores, prima vivir. Muchas veces he tenido que compaginar trabajos de cine, teatro y televisión con hostelería para poder sobrevivir y estar ocupado en los tiempos de espera, cuando no te llama nadie.

-Veo que le seducen los papeles de malo.

-Los personajes malos generan un gran interés para el espectador y un gran trabajo para el actor. Enfrentarse al bien desde la maldad es algo muy atractivo. Saber que siempre estamos en peligro ayuda a potenciar lo bueno que tenemos como personas y como sociedad.

-Una de sus facetas menos conocidas es la de poner voz a anuncios. El más reciente, escucha solidaria, una iniciativa ciudadana para acompañar a quien lo necesita en estos momentos.

-Sí. Hace una década, una amiga mía, directora de casting, me comentó que buscaban una voz del tipo Paco Rabal y me eligieron tras oirme recitar unos versos de Quevedo. Aquel anuncio era de una conocida marca de cervezas y, desde entonces, hago unas tre o cuatro campañas anuales. Lo último ha sido dar voz a escucha solidaria. La gente necesita que la escuchen, sobre todo en estos tiempos, y por ello he intentado aportar mi granito de arena.

-¿Le gustaría hacer doblajes?

-Sí, pero soy muy malo con la sincronización, es decir, con encajar frases en la boca del que habla. Ahora que tendré tiempo, me gustaría hacer un curso para ampliar posibilidades laborales.

-Siguiendo con lo laboral, ¿qué proyectos tiene entre manos cuando recuperemos la normalidad?

-Terminar Chavalas y apuntarme al paro. Aprovecharé el tiempo libre que pueda tener para intentar volver a hacer esgrima, un deporte que practiqué incluso a nivel olímpico hasta los 40 años en la Federación amateur de Madrid. También me apetece apuntarme a un taller de reciclaje para poner la herramienta actoral a cero y sorprenderme con mis futuros trabajos.