Conoció a los miembros de Muchachada nui cuando estudiaba en la universidad y ese encuentro cambió el rumbo de su vida. De Magisterio en Educación Musical a hacer monólogos y apariciones en La hora Chanante junto a Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla. Su personaje de Juancarlitros en No controles, de Borja Cobeaga, lo convirtió en un referente de la cultura popular del nuevo milenio y poco a poco ha logrado pasar de actor secundario de lujo a protagonista de la función como demuestra en la apuesta primaveral de Movistar+ Justo antes de Cristo.

-¿Cómo definiría al personaje que interpreta, Manio Sempronio?

-Es un auténtico neurótico. Y no tiene ninguna personalidad. Es un tipo corriente que ha tenido la suerte de nacer en una familia patricia y tener una serie de privilegios. Pero no sirve ni para eso, es una deshonra para los suyos. Se ve envuelto en una situación comprometida y no sabe ni por dónde empezar. Además, lo trasladan a un campamento guerrero en Tracia, con lo comodón que era, y le rompen los esquemas. Yo lo veo como un veneno que se extiende a todo lo que toca para ponerlo patas arriba (ríe). Es de esas personas que salen de una para meterse en otra. Si no fuera por su criado, Agorastocles (Xosé A. Touriñán), que es fuerte, carismático y resolutivo, no sé qué sería de él.

-Manio y Agorastocles forman un dúo cómico muy particular, ¿tuvieron alguna referencia?

-No. Cuando empezamos los ensayos, como los guiones estaban tan bien escritos, era como ir a tiro hecho. El patrón común que tenían todos es que el tono tenía que ser muy realista y súper dramático. Lo que le ocurre a Manio es realmente una tragedia, tanto lo que es él como personaje como todo lo que pasa a su alrededor. Y, luego, Agorastocles es la contrapartida. Trabajamos cada papel de forma individual, pero en realidad sabíamos que era un dúo, una pareja. Hay envidias, sus momentos de fraternidad, evocaciones a cuando eran niños… En realidad, han crecido como si fueran hermanos, aunque les separe la clase social y que él es quien tiene las cosas claras y yo soy un inútil.

-El humor que tiene la serie es muy particular.

-Sí, Montero y Maidagán ya practicaron con este tipo de humor y gags en su anterior película, Los del túnel (2016), que, aunque pasó desapercibida, a mí me gustaría reivindicar, porque me parece una de las mejores comedias de los últimos tiempos. Yo creo que beben de las fuentes que nos llevan desde Rafael Azcona hasta Miguel Gila. Esa cotidianidad ibérica en la cual el contexto juega un papel muy importante. Siempre es fundamental en cualquier tipo de comedia, pero en la de Montero y Maidagán, sobre todo. Aquí, además, se juega con el elemento temporal, con la trasposición de jerga actual a la antigüedad. Esa mezcla de cosas es la que logra que sea una comedia, aunque esté hecha con un registro de drama. Es un drama de risas.

-¿Se había imaginado de romano?

-Nunca. Es como esas ilusiones infantiles: vestirte de romano o de vaquero. Quién sabe si hacemos una de vaqueros. Ojalá esto fuera una trilogía que termináramos en el espacio, con una serie con trajes espaciales o de marcianos. Es divertido eso de jugar a ser romano. Las armaduras, la espada, el casco... Pero eran muy pesados. La cota de malla en verano estaba ardiendo y en invierno te helabas, era puro hielo.

-Las comedias suelen tener un bajo presupuesto. Aquí no es así.

-Es un valor que hay que resaltar. La comedia siempre es la hermana pobre del drama. Pero aquí todo está supercuidado, hay un trabajo exhaustivo. Si le bajas el volumen, parece una de romanos de verdad.

-¿Qué temas actuales toca la serie?

-Las relaciones humanas yo creo que son las mismas ahora que antes. Incluso cuando se habla de poder, si la gente es válida o no para ejercerlo. En los dos primeros capítulos, mi personaje descubre un ser interior que de repente sabe manejar la retórica y empieza a arrastrar a la gente con la labia. Se convierte en esa clase de figura que, porque habla muy bien, le seguimos a pies juntillas, aunque el discurso de fondo esté vacío y lleno de mentiras.