El cuarto poder arranca el 20 de enero del 2017, con Donald Trump tomando posesión como el presidente número 45 de Estados Unidos. En la redacción de The New York Times, el editor ejecutivo, Dean Baquet, observa la retransmisión con varios reporteros. «Menuda historia. ¡Menuda jodida historia!», exclama. Entre los escritorios del liberal Times, imperan las caras largas, la incredulidad.

La serie de Liz Garbus (nominada al Oscar por The farm: Angola, USA y ‘What happened, Miss Simone?) sigue al staff del mejor diario del mundo en su intento de dar forma y sentido a cuanto pasó durante el primer año de Trump en la presidencia (también durante un poco del segundo, aunque el rodaje acabó, básicamente, después del discurso del Estado de la Unión de enero). Vemos a un equipo trabajando unido por hacer legible el caos. También por defender su dignidad frente a los ataques por izquierda (sí, también) y derecha, muchos en forma de tuits del propio presidente. El primer episodio de este casi thriller político se podrá ver el miércoles, día 27, en Movistar Estrenos y en versión bajo demanda; los demás llegarán semanalmente.

El proyecto nació como nacen muchos dramas ahora, con un tuit: Trump usaba la aplicación del pajarito para anunciar la cancelación de su acordada reunión con el Times, después de, según decía, haberse cambiado los términos y condiciones en el último momento. En un segundo tuit, el presidente electo señalaba que «quizá se arreglaría una nueva reunión». Finalmente, «el encuentro se produjo y Maggie Haberman [reportera especializada en Trump] lo tuiteó en directo», recuerda Jenny Carchman, productora y codirectora de la serie. «Liz [Garbus; directora] estuvo leyendo aquello con pasión y soñando con cómo habría sido estar allí filmando todo. Pero acabamos haciendo algo aún más ambicioso: una película muy larga sobre cómo aborda este periódico a un presidente como no ha habido ningún otro». Sobre cómo el cuarto poder, la prensa libre, vigila (por suerte) al poder.

«Tenemos a un presidente que se siente cómodo mintiendo», dice Baquet en la serie. «Tenemos una izquierda que no quiere oír lo que la otra parte tiene que decir. Y una derecha que se siente igual». Desafío total.

Proteger las fuentes

La producción de El cuarto poder se gestó con bastante rapidez: solo pasaron seis semanas entre las primeras reuniones y el comienzo del rodaje. El Times se mostró abierto a la idea desde el principio. En aquellos encuentros iniciales se incidió sobre todo en el asunto de las fuentes; no se debían saber ni revelar, por supuesto. «Hubo mucho diálogo sobre cómo íbamos a manejar esto. Al final se decidió, con toda lógica, que no podíamos revelar ninguna fuente. Antes de cerrar la serie, proyectamos a editores y reporteros los episodios en que aparecían cada uno de ellos, solo por asegurarnos de que ninguna información inapropiada salía al exterior. Los abogados del diario también estaban allí».

Cualquier periodista estará de acuerdo en que siempre es incómodo trabajar con alguien mirando tu pantalla por la espalda. Más, sobre todo, si manejas material comprometido o estás tratando de perfilar una idea que habla de cuestiones importantes en el mundo real. Cada reportero podía decidir si permitía la intromisión o no. Algunos se dejaron filmar en momentos privados, como Haberman, a la que vemos calmar a sus hijos por FaceTime. El cuarto poder no habla solo del trabajo del periodista, sino también del coste emocional de los horarios indefinidos, todavía más indefinidos si un presidente es tan impredecible.

Según Carchman, los reporteros no llegaron a acostumbrarse «nunca» a las cámaras. «Fueron conscientes de ellas todo el tiempo y se irritaban sin parar. Pero cuando las cosas se volvían muy caóticas, se metían tanto en la historia y en sus procesos que dejábamos de existir». Thom Powers, organizador de la sección documental del festival de Toronto y director artístico del DOC NYC,ha descrito El cuarto poder como una especie de Todos los hombres del presidente en tiempo real. Pero igual esto se parece más a House of cards en versión documental. «Sí, es más lo segundo», cree Carchman.