L a calculadora de euros, aquella de fondo azul y teclas amarillas, fue regalo indispensable de aquellos Reyes Magos del 2002. El 1 de enero de 1999 se constituyó la Unión Monetaria Europea y nació el euro, pero no fue hasta el 1 de enero del 2002 cuando empezó a circular para más de 300 millones de ciudadanos de 12 países europeos. En España, la calculadora transformaba cada euro, en 166,386 pesetas. Y para quienes preferían el cálculo mental funcionaba aquello de «seis euros, mil pesetas». Quince años después cabe preguntarse si ha valido la pena el cambio histórico y si han mejorado las condiciones de vida de los ciudadanos.

DOS ETAPAS DIFERENCIADAS

Raymond Torres, director de coyuntura y estadística de Funcas y consejero para políticas de empleo en la Organización Internacional del Trabajo (OIT), distingue dos etapas en estos 15 años. La primera etapa, hasta el 2007, «coincide con una mejora en las condiciones de vida». Fueron años en los que los bajos tipos de interés que trajo el euro sirvieron para estimular el crecimiento, el empleo, los salarios y la bolsa. También mejoró la protección social y la cobertura de las pensiones, aunque no la productividad de la economía española.

Con la Unión Monetaria en marcha, los bajos tipos de interés eran los mismos para España, con las mayores tasas de inflación de la zona euro, que para Alemania, que luchaba para digerir la reunificación con la ayuda del bajo precio del dinero. En España, sin embargo aquellos bajos tipos de interés alimentaron la burbuja inmobiliaria que acabó estallando después, al mismo tiempo que la crisis financiera arrasaba el mundo desarrollado. La segunda etapa de estos 15 años abarca a partir del 2008. «Han sido unos años muy duros en términos de empeoramiento de las condiciones de vida, con una elevada destrucción de empleo y caída de los salarios», explica Torres.

En esta segunda etapa se pagaron los excesos engendrados en la primera etapa y todo ello dentro del corsé que implicaba tener una moneda única. «Ya no era posible devaluar la peseta para mejorar la competitividad y hubo que hacer una devaluación salarial», que implicó la destrucción de casi cuatro millones de empleos en siete años y pérdida de más de un 10% del valor adquisitivo de los salarios de quienes lograron conservar su puesto.

El euro primero infló la burbuja y luego hizo del pinchazo algo devastador. No así en los países del Norte de Europa, como Alemania y Holanda, cuyo liderazgo fue utilizado para imponer las políticas de austeridad que debían garantizar a sus bancos recuperar el dinero prestado a los países del Sur en el primer lustro del milenio bajo el anzuelo de los bajos tipos de interés.

En estos 15 años, los precios han acumulado una inflación del 36% al tiempo que el salario medio mensual ha subido algo menos, el 33%, en medio de una mayor desigualdad y deterioro de la protección social. «El balance no es satisfactorio» admite Torres. «Hay que mejorar la política común. Y las políticas internas deben impulsar la productividad sin dejar de lado la lucha contra la desigualdad», receta.

«EN PLENA PUBERTAD»

El euro cumple sus primeros 15 años en un momento difícil para el proyecto europeo, amenazado por movimientos políticos antieuropeístas en todo el continente. «Se podría decir que el proyecto político del euro, a sus 15 años, está en plena pubertad», sintetiza Federico Steinberg, investigador principal del Real Instituto Elcano (RIE). «Está como los adolescentes, con muchos conflictos internos, y en pleno proceso de búsqueda de su identidad». La crisis económica sufrida en los últimos años puso en evidencia las debilidades del proyecto europeo que, sin embargo, sigue concitando un elevado nivel de apoyo entre los ciudadanos, en torno al 70%, incluso en los países que lo han pasado peor, como Grecia o España.