El futuro, caso de existir, pues en el momento en el que se concreta deja de serlo, tiene una mala costumbre. Convierte en realidad lo que antes se ha calificado como poco probable o imposible, e incluso aquello que no se nos había pasado por la cabeza. Desde esa perspectiva escéptica, en el 2006, podría pasar cualquier cosa.

Otra cosa es que en el ámbito público y en el privado tendamos a balizar el futuro, a marcar hitos que guian nuestra actividad y que nos ayudan a vislumbrar por dónde irán los tiros antes de que se produzcan. Aragón, al igual que cualquier otro espacio sociopolítico, ya sabe a estas alturas cuáles son sus sueños, sus esperanzas o sus amenazas para el año que entra, a la única espera de cómo se concretarán en hechos.

Las predicciones políticas, sociales o económicas tienen también otra mala costumbre: errar más de la cuenta. A lo sumo, sirven para señalar tendencias, basadas no tanto en proyecciones objetivas como en la capacidad de apuntar los riesgos o las oportunidades a las que se enfrenta un colectivo. La creciente tecnificación y la complejidad de los procesos productivos, de los organismos públicos e incluso de la conducta personal, junto con la interrelación de fenómenos sociales y económicos que no entienden de fronteras --y Aragón no es ajeno a este fenómeno--, nos llevan a un escenario de incertidumbre en el que resulta arriesgado formular vaticinios que trasciendan de la mera predisposición.

Con la información disponible en este tranquilo cierre de ejercicio, puede afirmarse que el 2006 contiene los elementos suficientes para que Aragón viva, en términos generales, un año de bonanza y de prosperidad. No hay motivos para el pesimismo al analizar la proyección económica, con la inversión pública y privada en unos niveles altos, como tampoco existen razones fundadas para prever movimientos sustanciales entre los actores públicos que operan en la comunidad. Ni siquiera el análisis del presente invita a intuir cambios en las preocupaciones sociales de los aragoneses, que durante los últimos años se han concretado fundamentalmente en cuestiones relacionadas con el empleo, la vivienda y la inmigración.

Los datos económicos apuntan a un crecimiento del 3,6% del PIB, basado según el consejero Eduardo Bandrés en un sólido equilibrio entre los sectores productivos y aderezado por la Expo. El acontecimiento internacional marcará en los próximos años un diferencial positivo, con un incremento de la renta disponible de los aragoneses como consecuencia del aumento de la actividad.

El fantasma de la deslocalización apareció con toda su crudeza durante el 2005 cuando se intuyó un posible inicio del desmantelamiento de la planta de GM en Zaragoza, pero el pacto laboral alcanzado in extremis entre empresa y plantilla con la mediación de la DGA permite pensar que el modelo Meriva seguirá fabricándose en Figueruelas. Y con él, el principal motor económico de Aragón mantendrá su pujanza durante los próximos años. La vitalidad de la industria aragonesa, que comienza a diversificarse en serio, la imparable carrera de la construcción y la mejora en los servicios especializados enjugarán otro año agrario previsiblemente malo después de un 2005 en el que los agricultores aragoneses han perdido el 18% de su renta, de acuerdo con los últimos estudios. Otra cosa es que esta bonanza macroeconómica no sea capaz de llegar a todas las capas sociales, como nos recuerdan estudios de colectivos que apuntan al crecimiento del número de pobres. La exclusión también existe en escenarios de potencial abundancia aunque el Gobierno busque fórmulas para redistribuir la riqueza.

En cuanto a la política, en un año preelectoral marcado por las lógicas tensiones entre los partidos, los son

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