Cruzaron Europa y parte de Rusia para traer a sus hijos. Hicieron dos viajes. El primero para conocerlos. Temperaturas bajo cero, ríos helados y orfanatos con pocos juguetes. En el segundo ya vinieron con ellos. Felices. Desde el 2006 al 2016 han sido adoptados 265 niños procedentes de países del Este en Aragón. De ellos, 212 de la Federación Rusa, 49 de Ucrania y 4 de Bulgaria.

Esos niños no provienen de situaciones familiares normalizadas y han sido objeto de abandono, han padecido situaciones extremas y traumáticas y pueden presentar necesidades especiales. Incluso las condiciones de algunos orfanatos favorecen también posteriores secuelas neurológicas. Los padres lo saben cuando inician la adopción y son testigos cuando van a recoger a sus hijos. Pero vienen a casa con ellos, felices y llenos de ilusión y de esperanza, convencidos de que con su cariño y sus generosos cuidados pronto mejorarán en salud y en su estado general.

«Cuando llegamos era solo piel y hueso, no hablaba y casi no comía», explica una madre aragonesa, «pero a veces se dejaba abrazar y le dimos mucho amor». Ahora, siete años después, el niño sigue delgado y va progresando lentamente aunque «lleva retraso en todo y necesita apoyo en las clases».

Informes médicos

Y es que la información clínica que desde Rusia ofrecen a los futuros padres en el momento de la adopción es confusa y poco veraz. Además, el hábito de consumo de bebidas alcoholicas de alta graduación está extendida en la sociedad. Las madres de las capas sociales bajas, de donde proceden muchos de los niños adoptados, no tienen información sobre el daño que produce el consumo etílico en el feto y desconocen que el alcohol pasa directamente al bebé atravesando la barrera placentaria. Por eso los daños son en muchos casos irreversibles.

Algunas familias detectan con el tiempo dificultades escolares en sus hijos adoptados, inmadurez física y psíquica y «se sienten engañados por las autoridades rusas, por la falta de información en el momento de la adopción», señala Mercedes Navarro, presidenta de la Asociación de Familias Adoptantes en Aragón.

Para evitar ese problema, el doctor Gonzalo Oliván, que tiene su consulta en Zaragoza y es una referencia nacional en pediatría de adopción internacional, alertó a la comunidad médica y desarrolló hace 14 años un programa de telemedicina para comprobar la salud del niño antes de la asignación.

Se facilitaba a las familias un seguimiento por vídeo para valorar su estado antes de traer a su hijo y por eso no hay muchos casos severos de SAF en grado A, ya que este es fácilmente identificable por el rostro: los niños presentan microcefalia y anormalidades faciales con ojos de tamaño inferior al normal, mejillas aplanadas, malformaciones del paladar y orejas y la ranura entre la nariz y el labio superior mal desarrollada.

Y también se les asesoraba para que cuando viajasen por primera vez para conocerlo recabasen las pruebas de salud oportunas pues los informes médicos preadoptivos de Rusia ofrecen una información escasa, confusa y la terminología utilizada es diferente a la de Occidente. «Grabamos al niño en vídeo y se lo mostramos al doctor Oliván que nos confirmó, con otros datos, que no tenía SAF», afirma un padre adoptivo aragonés.

Con estas medidas se ha evitado que casos severos de SAF llegasen a nuestra comunidad pues «la mayoría de los padres declinaban la elección al detectarlo», afirma Oliván. Aunque un 15% aproximadamente de los niños adoptados en países del Este presenta Trastorno del Espectro Alcohólico Fetal (TEAF) y problemas en el neurodesarrollo, añade. El doctor Oliván ha visto en su experiencia muchos menores procedentes de Rusia con problemas físicos como el retraso de crecimiento, la anemia, un inadecuado estado de inmunización y otras patologías en la visión, auditivas y también de salud mental. En la evaluación inicial a su llegada el 60% de los menores presenta retraso de crecimiento.

Los niños con TEAF presentan una desfavorable coordinación locomotora. En su comportamiento se les califica como maleducados o agresivos, suelen ser tozudos, obstinados y su socialización es conflictiva pues les resulta difícil tener amigos; muchas veces no entienden las bromas y pueden ser pesados en sus comentarios. En la escuela tienen dificultad en el aprendizaje y la mayoría necesitan adaptación curricular por su déficit de atención. Lo peor es que no hay un tratamiento curativo. Se trata de adoptar medidas específicas a cada trastorno con visitas a especialistas. Y mucho amor, sin límite, de sus padres.